Supongamos que usted desea adquirir un objeto analógico por medios digitales. Imaginemos que el objeto analógico es un frasco de champú anticaída. Pues nada, abre el ordenador, entra en la página correspondiente, realiza la compra y a las 24 horas recibe el pedido en su domicilio. Para que la transacción se llevara a cabo, fue preciso borrar, siquiera por un instante, las fronteras entre el más allá (el universo virtual) y el más acá (el atómico). Significa que tras cerrar usted la aplicación, la empresa vendedora tuvo que recurrir a un señor (o señora: el genérico no siempre llega) que poseía una furgoneta. Una furgoneta equis, nos da igual la marca, el número de quilómetros que llevara sobre sus palieres, y las horas que el conductor o conductora hubiera hecho ese día. La limpieza, en fin, de la operación digital, se vio de súbito empañada por la menesterosidad de su correlato analógico.

Esas compras han aumentado el número de accidentes de tráfico de furgonetas en un 55%. La DGT llama a este fenómeno "siniestralidad" y responsabiliza de ello a la compra on line. Al día siguiente de leer la noticia, escuché a un repartidor por la radio. Decía que el paro había multiplicado el número de personas que, disponiendo de un medio de transporte viejo o nuevo, lo mismo daba, se ponía al servicio de las grandes empresas de distribución para que el champú anticaída nos llegara a la hora de la ducha. Añadía que las jornadas de trabajo para sacarse un sueldo de miseria resultaban excesivas y que se repartía el género sometido a una presión que no todo el mundo era capaz de soportar. El relato le ponía a uno los pelos de punta. Daban ganas de no lavárselos (los pelos).

Ahí es donde advertí que la fusión entre lo digital y lo analógico daba lugar a uno de esos monstruos de carácter mitológico llamados quimeras. Imaginen un bicho con la cabeza de bits y cuerpo de átomos. O viceversa. Un bicho al que activamos ingenuamente con unos cuantos golpes en el teclado del ordenador. Todos somos beneficiarios y víctimas de él. Todos somos siniestrantes y siniestrados. Lo dejo aquí porque llaman a la puerta: un repartidor, que resulta ser sobrino mío, me trae el champú anticaída que solicité ayer. No hay compra inocente.