Ayer la vi. Vive al lado del antiguo edificio de Telefónica donde ahora están las oficinas de diferentes áreas del Cabildo, entre ellas, la que me ha tocado dirigir.

Ella, cuando nos mudamos desde la plaza España a la avenida Simón Bolívar, saltó de alegría, de gozo y de entusiasmo porque sus compañeros que tenían que ver con la artesanía estarían muy cerca de su casa. Desde entonces nos empezó a mimar con bizcochones, galletas caseras o rosquetes almibarados y con un mágico sabor a limón. También de vez en cuando nos hacía una visita para mostrarnos sus últimos trabajos innovadores y maravillosos.

Ella es una gran maestra del calado, de la roseta y del encaje hecho en Tenerife y que tanta fama nos ha dado en el mundo entero. Me estoy refiriendo a la Toste: María Isabel Hernández Toste.

A los siete años, en Los Realejos, su abuela Juana y su madre Isabel le enseñaron todas las técnicas artesanas para poder ganarse la vida con un oficio. Pero Isabel fue mucho más allá y marcó un antes y un después en la manera de entender el arte del calado en toda Canarias.

Criada entre bastidores, hilos, y paños de lino, trabajaba jornadas infatigables y se emocionaba con la idea de enfrentarse a un calado hasta ver la obra final terminada. Su fama como artesana y el reconocimiento de su trabajo traspasó fronteras llevándola a ferias internacionales como Córdoba (Argentina), San Antonio de Texas, Caracas o La Habana. Ella fue elegida la gran maestra en la Primera Feria de la Moda de Tenerife, en el 2015, por su gran trabajo de aplicación de la artesanía al sector textil. Ninguna como ella.

Isabel jamás abandonó su carácter sencillo, hogareño, realejero. Su casa siempre estaba llena de sedas, organdí, algodones, batistas y olores a café con almizcles y rosquetes de su pueblo natal.

El destino a veces es cruel. Isabel jamás hizo un dibujo para llevarlo después al bastidor porque los retenía en su prodigiosa mente; la misma mente que ahora le falló.

La observé de manos de una cuidadora caminando por su calle. Me acerque pero ya no me conocía. Me miraba con sus pequeños ojos como queriendo escudriñar mucho más allá de donde ya las neuronas no le permiten.

En su mesa de trabajo, me cuentan, que aún está el patrón de unas prendas para un bautizo en organdí con calados y bordados y el comienzo de una colcha totalmente calada. Pero el Alzheimer la sacó de la circulación y las piezas siguen esperando para ver si sucede el milagro y que una mañana se levante muy temprano, ponga la radio y siga trabajando en la maravillosa colcha.

Ella ahora calará en su imaginación, realizará Rosetas mirando al infinito, le llegarán pensamientos de algunos de sus múltiples viajes a Cuba y cerrará los ojos porque seguramente los terribles fantasmas de esa despiadada enfermedad vendrán a llevarse sus preciados hilos y paños dejándola en una terrible soledad.

Nosotros seguiremos pensando en sus risas, en sus anécdotas, en los rosquetes que nos traía, en las historias de cuando fue a Caracas o de cuando le encargaron un mantel para el comedor del Palacio del Pardo y puso mil excusas pero jamás lo empezó.

Nuestra gran maestra seguirá luchando con sus fantasmas y nosotros seguiremos aprendiendo de su audacia y de su atrevimiento en la búsqueda de formas y aplicaciones de este oficio tradicional canario que la convirtieron en un referente innovador. "La artesanía me hace feliz" decía María Isabel.

"Saludos a todos", me dijo con su voz ya tenue. Me miró, me sonrió y la cuidadora abrió la puerta. Ella giró y me volvió a regalar la mejor de su sonrisa porque siempre ha sido muy espléndida. Atravesó el largo pasillo lentamente y ya, cuando llegaba al final, volvió la vista atrás y nos cruzamos nuevamente las miradas.

*Vicepresidente y consejero de Desarrollo Económico del Cabildo de Tenerife