La República Popular China parece no amilanarse últimamente ante quienes tratan de impedir su expansión tecnológica como está demostrando el caso del gigante tecnológico Huawei.

Sabido es que Huawei lleva la delantera en el sector de la telefonía de quinta generación, imprescindible para el llamado "internet de las cosas", la futura interconexión digital de los objetos de nuestra vida diaria.

Muchos países están interesados en los servicios de la tecnológica china pero Estados Unidos, acostumbrado a dominar el sector de la alta tecnología y celoso de los avances del país asiático, trata de ponerle palos en las ruedas.

Su principal argumento es que gracias a los productos de Huawei, ese extraño híbrido de capitalismo y comunismo que es China podrá espiar a todo el mundo como está ya espiando a su propia población.

Tal vez exista ese riesgo, aunque Pekín lógicamente lo niegue, pero no deja de tener gracia que el país que se ha dedicado a espiarnos a todos -incluidos jefes de Estado y de Gobierno occidentales, según demostraron las filtraciones de Wikileaks- muestre ahora semejantes escrúpulos.

Las críticas estadounidenses han tenido ya efecto sobre algunos de sus aliados, sobre todo los países del club de los Cinco Ojos -todos ellos anglosajones: Australia, Nueva Zelanda, Canadá y el Reino Unido además de EE UU- que no se espían entre sí, pero comparten el espionaje al que someten a otros.

Y Washington trata de hacer lo mismo en Europa, presionando en algunos casos con éxito a sus socios de la OTAN, para que eviten caer en la trampa de adoptar la tecnología de Huawei.

Pero los chinos tienen también sus armas y no parecen dispuestos a quedarse de brazos cruzados. Pekín amaga con represalias -incluso las está llevando a cabo en algunos casos- a quienes cierren el paso a sus empresas pese a presumir de libertad de mercado.

Y lo hace, por ejemplo, desviando sus flujos turísticos hacia países menos hostiles o deteniendo en sus puertos las mercancías que otros le venden: algo que parece haber ocurrido, en el primer caso, con Nueva Zelanda, que recibe ya menos grupos turísticos chinos, y con el carbón que China importa de Australia, en el segundo.

El ministro de Comercio del Gobierno de Canberra ordenó que se investigara por qué el carbón australiano, su principal exportación, estaba detenido en los puertos chinos, argumentando que el acuerdo bilateral de libre comercio prohibía tales prácticas.

Por lo que respecta a la disminución de los flujos turísticos chinos hacia Nueva Zelanda, algunos recuerdan que algo parecido ocurrió con Corea del Sur en 2017 cuando este país aceptó la instalación en su territorio del escudo antimisiles estadounidense, que Pekín consideró una provocación.

El último episodio del conflicto entre Huawei y Estados Unidos es la presentación por la tecnológica de una demanda contra la ley de ese país que prohíbe a las agencias del Gobierno y a sus contratistas adquirir cualquiera de sus productos.

Anteriormente, Pekín había acusado a Ottawa y Washington de abusar de las leyes de extradición e incurrir en una grave violación de los derechos legales de sus ciudadanos con la detención en Canadá de la directora general e hija del fundador de Huawei, cuya extradición solicita EE UU por supuesto fraude y conspiración.