Acabo de verlo por televisión. Una madre partió el labio de un cabezazo a la profesora de su hijo de creo que 8 o 10 años. Parece que le había dejado durante el recreo sin comer el bocadillo, la bollería o lo que le hubieran puesto en la mochila para la media mañana. Pobre angelito. Tremenda crueldad. Qué penita me da. La madre posteriormente ha puesto la contradenuncia inmediatamente pasando la acción agresora a la maestra. Vamos, el hombre que mordió al perro. Ha ocurrido en Andalucía. España. Sin ir más lejos.

Claro que, el otro día, cuando los niños en la clase de educación física corrían por el patio a las 9:30 de la mañana, un padre que iba a hacer la prematrícula de su hijo se escandalizaba de esta guisa: "pobrecitos, corriendo con este calor (sobre los 15º). ¡A quién se le ocurre! Con ese sudor toda la mañana. No sé por qué no lo hacen a última hora" (ignoro cómo organizaría el horario para que todos pudieran tener la misma clase a la misma hora). En fin.

A los de mi generación esto no nos pasaba, se lo aseguro. Estamos haciendo niños pompa de jabón. Me hago esa reflexión al hilo de otra que me envió una amiga y con la que comulgo plenamente. Estas cosas me dan la razón. No son casos aislados. Sé de lo que hablo. Niños y niñas de cristal: muy duros para unas cosas -a menudo las indebidas- y excesivamente frágiles a los golpes.

Los de mi generación, repito, los de cincuenta y más somos una generación única. Una generación elegante, con todas las letras. Es más, dudo que pueda haber otra igual. Porque somos la última generación que escuchaba a sus padres, la última generación que escuchaba a sus tíos, a los abuelos, a la gente mayor. Cualquiera podía llamarnos la atención sin temor a la represalia de nuestros padres. La generación de la chancla, de la chola, de la zapatilla. Eso era lo más cerca del psicólogo que estuvimos.

También respetábamos a los padres, a los profesores? a las personas mayores las respetábamos de verdad. Somos esa generación que sabe honrar. Atravesamos la era del rock, vivimos los inolvidables ochenta, el tiempo en que no había seguros médicos privados, donde se jugaba en la calle, teníamos tres meses de vacaciones. El agua? si había alguien regando las plantas... Eh, jefe, maestro, ¿me da un poquito de agua? Y ese agua no te contaminaba. No había agua embotellada.

Somos una edición limitada, los últimos elegantes. Y nos estamos yendo. Todos los días somos menos? y yo digo, les digo -a mis hijos, a los amigos jóvenes con los que juego al fútbol, a mis alumnos-: aprovechen a aprender con nosotros. Aunque muchos de nosotros a lo mejor no tenemos más que Primaria o Secundaria, pero somos gente educada, honrada, trabajadores con buenos principios. La mayoría no somos hijos de papi, que tenemos veinticinco o treinta años y estamos en escuelas privadas dependiendo de los papás? No éramos mantenidos ni lo somos. Sabíamos cómo enamorar. Eso sí, nos enseñaron que lo importante no era ser guapos, que al fin y al cabo, verbo mata galán.

Nos tocó tener principios y respeto, y pasaremos a la historia como una generación humana fundamentalmente con valores. Así que, los que tenemos cincuenta o más, fuimos y seremos una generación extraordinaria como quizá no se vuelva a ver.

Ah, y si llegábamos a casa diciendo que en la escuela nos habían puesto un castigo, nos caía otro. Y sin preguntar. Como mucho te decían: algo habrás hecho. Sin más comentarios. Y sin traumas ni psicólogos ni histerias de ningún tipo. Viva mi generación. La generación elegante. Ahí está. Y que dure. Por nuestro bien y el de los demás.

Feliz semana.

adebernar@yahoo.es