Cada cual tiene sus querencias, algunas más inconfesables que otras. Lo acabamos de comprobar con la conmoción causada esta semana por la muerte con tan solo 52 años del actor Luke Perry, el Dylan de Sensación de vivir, la serie adolescente que enganchó a toda una generación en los 90. Nunca llegaría a ganar un Óscar ni de lejos, pero se le han llorado lágrimas verdaderas por lo que supuso para millones de televidentes hoy cuarentones y cincuentones engancharse a aquella trama de chicos pijos de Los Ángeles a los que les pasaba de todo, y en particular a su personaje de rebelde intenso. Hay artistas, historias, pelis, canciones o programas que se disfrutan muy al margen de lo que dictan los popes del momento y de su calidad objetiva. Entre los gustos culpables que conservo desde hace décadas se encuentra Miguel Bosé, ídolo de cuando en la televisión salían músicos a defender su trabajo, incluso en directo. Hijo de estrellas, ahijado de intelectuales, amigo de genios, miembro de una familia de excéntricos, se atrevía a cosas asombrosas como bailar a base de contorsiones imposibles, ponerse falda y generar letras sofisticadas y estribillos que no se olvidan. Puse un póster suyo en la pared de mi cuarto, y le he seguido después a lo largo de los años en sus infinitas reinvenciones. Me gustaba leer sus entrevistas de creador huraño, encantado de haberse conocido, porque no solía decir ninguna tontería. Se explayaba con gran aplomo de pintura, de música y de política, contra la corrupción y contra la piratería, y dejaba al margen su vida personal. Sin embargo, desde hace un tiempo, cada vez que habla sube el pan. No le reconozco. Bosé va acumulando salidas de tono en lo que parece una peligrosa escalada. Junto con otros artistas latinos de talla internacional participó hace un par de semanas en el concierto Venezuela Aid Live, celebrado en Colombia, pero solo a él se ha criticado su manera iracunda de exigir a Michelle Bachelet, comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, que "mueva sus nalgas" para ver "de una puñetera vez" lo que pasa en el país. Autoexiliado primero a Panamá, se mudó a México tras aparecer en el listado de morosos de la Hacienda española con una deuda de 1,8 millones de euros. Tal vez eso explique su rabia contra el Gobierno y en particular contra el presidente, a quien hace unos días lanzó una acusación galáctica: "Pedro Sánchez, ¿por qué no propones una ley para cerrar bares de tapas? Es que dañan mucho a grandes restaurantes. No solo te has vendido al independentismo, ahora te vendes al lobby farmacéutico. Para el 28 de abril, ¿vas a estar de rebajas?". El comentario iba aderezado con un vídeo de la campaña de Sanidad contra las pseudociencias, de las que ahora parece haberse convertido en adalid el autor de Amante bandido. No doy crédito a semejante desvarío. No han tardado en lloverle las críticas de los médicos y de las asociaciones que defienden los derechos de los pacientes contra las terapias sin validez contrastada, y que en ocasiones causan el abandono de un tratamiento eficaz. No es que su opinión valga más que otra, pero muchos la escuchan. Este hombre el día menos pensado aterriza en el sillón de invitados de Sálvame para elogiar las famosas grapas del doctor Kovacs.