El Día de la Mujer es el símbolo de una lucha que lleva ya muchas décadas en marcha y que como todo proceso histórico no está ajeno a los intentos de apropiación intelectual por los políticos.

¿Cuál es la fuerza que ha cambiado el mundo para las mujeres? Sin duda alguna la cultura, la educación, el acceso del mundo femenino a la cualificación profesional, a la formación universitaria y de ahí al mercado de trabajo. Millones de mujeres en el mundo civilizado dieron un salto definitivo desde el rol de subordinación al que les había condenado una historia protagonizada por el hombre.

Dueñas de su propio destino, a través de la autonomía financiera y jurídica, las mujeres de finales del siglo pasado empezaron a reescribir la historia. Pero es importante señalar que ese proceso se produjo en los países con democracias avanzadas y de mercado. La realidad de las mujeres en otros modelos de sociedad -desde China a Arabia Saudí- ha seguido padeciendo una postergación que en ocasiones se aproxima a la esclavitud.

Una parte -la más activa y comprometida- de los colectivos feministas ha incorporado la ideología a los postulados de su lucha, identificándose con la izquierda. Es un error político al que ha correspondido la derecha española entrando al trapo y dando carta de naturaleza a un enfrentamiento con estos colectivos. Nadie puede estar en contra de una causa justa. Nadie puede estar contra la igualdad. Y nadie puede negar que aún existen inequidades entre hombres y mujeres.

Pero es falso, como se ha escrito en la convocatoria de la huelga de hoy, que el modelo capitalista sea enemigo del feminismo. No solo no lo ha sido sino que es en la sociedad del libre comercio en donde se han producido, en mayor medida, las cotas más altas de libertad y de derechos de las mujeres. Pocos países en el mundo han tenido a mujeres tan determinantes como las presidentas europeas Thatcher, Merkel o May. Es verdad que no han sido muchas, pero fueron políticas de derechas.

Es irremediable que las ideologías intenten patrimonializar los fenómenos de éxito. Pero la causa de la mujer -la de la igualdad- es de todos y no debería ser de nadie. Y dentro de la libertad de las mujeres está también la del pensamiento político. Las mujeres votaron mayoritariamente en contra de Hillary Clinton y a favor del presidente más estrambótico y machista de la historia de los Estados Unidos, Donald Trump. Eso no convierte su voto en menos legítimo. Ni las hace menos mujeres.

La revolución femenina tiene que ser y hacer política, porque es la herramienta básica de los cambios sociales. Pero debe abarcar a todas las ideologías, imponiendo un consenso básico sobre los derechos fundamentales a los que la mujer no puede renunciar. Presentar la lucha de las mujeres como una variante del viejo enfrentamiento bipolar entre izquierdas y derechas es más de lo mismo. Divide a la sociedad y debilita al feminismo. Es una apropiación indebida.