El gallego Juan Farias narró en la inmediata posguerra la épica oscura de los mineros del agua en La Palma; el inolvidable Alfonso García-Ramos los localizó en Tenerife y, en los primeros setenta, resucitó con Guad el premio de novela Pérez Armas; uno y otro, con propósitos y estilos diferentes, retrataron las andanzas de los buscavidas que, entre la agricultura del sequero y el riesgo, optaron por el segundo en galerías de tres kilómetros que crecieron y se agotaron al ritmo de cuotas mensuales, que taparon los fracasos y exageraron sus éxitos para buscar otra vez, si la última falló, las caprichosas y escondidas madres del agua.

En Barlovento, y con presencia de Narvay Quintero, la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Aguas rindió homenaje a una treintena de cabuqueros, galeranos, contratistas -tres por encima del siglo y octogenarios largos los más jóvenes- por su contribución al desarrollo agrícola y social de La Palma, una excepción en el Archipiélago, abocado a la desalación, y tal vez la única isla que por su naturaleza, estabilidad demográfica y cultura, tiene un horizonte sostenible en el capítulo hidráulico.

Detrás de esta iniciativa, que se plasmó en un acto brillante y emotivo, estuvieron el profesor Wladimiro Rodríguez Brito que, retirado de la docencia, enseña donde le llaman y le dejan, y César Martín, natural de un municipio que tiene una secular y original adscripción del agua a la tierra. En Barlovento las aguas subterráneas alumbradas superan los nacientes de Marcos y Cordero, responsables del pretérito esplendor y la potencia platanera de San Andrés y Sauces.

En la Casa de la Cultura convivieron durante unas horas los protagonistas de una aventura insólita en pos del agua y los labradores que, con ahorros de sudor y sangre, se libraron de las dependencias de la lluvia y del aljibe; se visualizaron los agrios recuerdos de los malos tiempos y a los protagonistas de relatos que, pese a su rabioso realismo -Farias y García-Ramos militaron en ese frente- resultaron increíbles en el siglo XX y ayer mismo para muchos jóvenes sorprendidos, nietos y biznietos de los últimos cabuqueros. Un reconocimiento al esfuerzo, a veces sin premio, de quienes se partieron el alma para hacer productiva a su tierra.