Tenemos la esperanza de que sumergiendo a este país en las aguas milagrosas de la democracia, el 28 de abril, tendremos una foto menos borrosa de la realidad. Pero es vana. Las encuestas en España son poco fiables, porque es imposible prever los vaivenes de un electorado trashumante, pero las predicciones establecen algo tan elemental como que las cosas van a seguir más o menos como están.

Eso que se llama el centro derecha -Ciudadanos, PP y Vox- podría situarse en las cercanías de los 176 escaños que se necesitan para formar una mayoría de gobierno. Por partidos, el PSOE sería el más votado, pero el derrumbe de Podemos impedirá formar mayoría. Conseguir una investidura y una mayoría de gobierno volvería a depender del apoyo que presten los votos de los diputados de la futura república catalana independiente: esa que niega su pertenencia al Estado español pero no tiene problema alguno en concurrir a las elecciones para trabajar su destrucción desde dentro.

O lo que es lo mismo, que saldremos de Cataluña para terminar volviendo al mismo sitio. A la paradoja de que un gobierno de la izquierda tenga que pasar por una alianza con partidos que, como el PDCaT o ERC, pretenden cargarse el país que la izquierda quiere gobernar. Ya se sabe que la política suele tropezar varias veces con la misma piedra.

Las memorias de Pedro Sánchez, que se presentan dentro de unos días, narran las negociaciones para conseguir la moción de censura contra Rajoy. Es revelador lo que se cuenta. Y sobre todo lo que han comentado sobre el tema los secesionistas catalanes. Joan Tardá, portavoz de Esquerra, ha dicho que cuando el PSOE comunicó a ERC su moción de censura contra Mariano Rajoy, le preguntó qué querían a cambio, y los republicanos respondieron: "Queremos echar a los ladrones y comprometernos a crear un escenario de diálogo". Lo que subyace tras estas palabras es la cuestión de la soberanía de Cataluña. Cualquier "diálogo" con los catalanes pasa necesariamente por dos concesiones irrenunciables: la aceptación de un referéndum de autodeterminación y un compromiso de amnistía para los políticos imputados que hoy se enfrentan al Tribunal Supremo.

Que los independentistas confiesen que hubo negociaciones -que tan abundantemente se negaron- no es revelador. Era un secreto a voces. Lo realmente importante es constatar que antes y después han mantenido la coherencia. Quieren lo que nadie que gobierne España puede darles. Y esa es una incómoda evidencia que Pedro Sánchez tendrá que gestionar.

La izquierda está tan fragmentada como la derecha, pero tiene un gravísimo problema. Al derrumbe de Podemos, estragado por los errores de imagen de Pablo Iglesias y la descomposición del partido, se suma que una parte de sus apoyos territoriales están vinculados al extremismo independentista. Para que pueda existir una alternativa al bloque conservador, los catalanes tendrían que aplazar su independencia. Y eso no está en su hoja de ruta. Volveremos a la casilla de salida.