Hay que reconocer que nos tomamos muy en serio el trabajo de destruirnos a nosotros mismos. Contamos con una buena reputación ganada a pulso. En nuestro currículum como país tenemos muy buenas referencias -golpes de Estado, dictaduras, guerras civiles- que hoy se prolongan a través de actividades disolventes mucho menos sangrientas, pero igualmente eficaces. Tal y como le ocurre a Tenerife, el país entero está invadido por una plaga de termitas afanadas en roer la convivencia y en transformar las instituciones en un cascarón vacío.

Una de esas ilustres termitas compareció este viernes ante los medios de comunicación para convocar elecciones generales. Pedro Sánchez transformó un acto institucional en el primer mitin de su campaña electoral, aprovechando la expectación creada y la atención de la prensa. Entró como un presidente de Gobierno que salía de un Consejo de Ministros y conforme hablaba se fue transformando en el secretario general del PSOE para poco después dar paso a un autoproclamado candidato a la presidencia. Fue un acto de transformismo con la lógica aplastante del oportunismo. Mucho menos oneroso que usar el avión oficial de la Presidencia de Gobierno para marcharse a un concierto en Castellón o para acudir a un acto de su partido en Gran Canaria.

Sánchez piensa que las urnas son la catarsis para la situación de España. Y no es el único. Otras termitas de la derecha y la izquierda, son de la misma opinión. Todos los males de este país se arreglarán cuando el pueblo soberano y tal introduzca sus papeletas en las urnas. Y dos huevos duros. La pandemia de sinrazón que padece España no se irá con las elecciones. Y las termitas que corroen la convivencia tampoco.

Al contrario. La cita electoral elevará el nivel frenético de los enfrentamientos, insultos y descalificaciones que forman el suelo tóxico de la política española, ese gran termitero nacional incapaz de construir nada.

El centro político en España ha desaparecido coincidiendo con la defunción de la cordura. Ya solo hay derechas e izquierdas que se vuelven cada vez más extremas. Para el PSOE las próximas elecciones son una oportunidad, porque saben que pueden convertirse en el partido más votado. Una victoria pírrica porque también saben que la suma de los partidos de la derecha -PP, Ciudadanos y Vox- será mayor que los de la izquierda.

Pedro Sánchez estaba obligado a convocar elecciones. No es una decisión, sino una consecuencia de la derrota parlamentaria en la que ha descubierto que con las termitas catalanas ya no se puede contar para nada. La candidez del presidente con Cataluña termino en candidiasis. Ha percibido que no se puede razonar con quien ha perdido la razón y ha puesto todo su empeño en una cruzada de liberación nacional por la que están dispuestos a llegar al martirio judicial.

Si no puede contar con la esquizofrénica representación de la nonnata república independiente de Cataluña en el Congreso del odiado Estado español, Sánchez no tiene manera de formar gobierno. Con Podemos no le va a dar. Y con Ciudadanos ya no puede contar. Su única esperanza sería lograr un espectacular aumento de los votos del PSOE aprovechándose del desplome del partido de Pablo Iglesias -que va a pagar su chalé mucho más caro de lo que pensaba- y lograr que con ellos y con los votos sueltos de los nacionalistas vascos y canarios le diera para llegar a una mayoría. Pero ese cifra está demasiado lejos para ser alcanzable.

Lo está intentando. Ha dado un último guiño a la izquierda para la inhumación de los huesos de Franco del Valle de los Caídos. Y tendrá algún gesto más antes de que se apaguen las luces del teatrillo. Pero nuestra ilustre termita, como todas las demás, ha perdido la noción de que la única manera de conseguir mayorías en este país es ocupando espacios de centro y de moderación.

Cuando se conozcan los resultados del 28 de abril tendremos el morbo de saber cuánto ha ganado Vox y los costos electorales de la progeria de Podemos y Ciudadanos, la ''nueva política'' que ha llegado a la ancianidad en cuestión de pocos años. Pero el mapa del termitero será más o menos igual. El enfermito que sumergiremos en las cristalinas aguas de la democracia saldrá con la misma fiebre. El juicio a los políticos catalanes estará casi a punto de caramelo para que las condenas a los doce mártires la líen un poco más. Y quien quiera ser presidente tendrá que gobernar con el apoyo de una parranda mal avenida y una oposición tan desleal como es siempre la oposición en España: esa vasta empresa de demoliciones, que decía el pobre Azaña cuando le tocó a él padecer la plaga.