"Verdes", dijo la zorra al marcharse frustrada después de saltar cuarenta veces para coger un racimo al que no llegaba. Echemos mano de Esopo para entender el rostro compungido de la vicepresidenta Carmen Calvo, anunciando que su Gobierno ha realizado el colosal descubrimiento de que los independentistas catalanes no están por el diálogo ni la negociación. Solo han tardado ocho meses en aceptar lo que ya sabía casi todo el mundo en este país. Pero nunca es tarde, si la dicha es buena. Pedro Sánchez ya dice, por boca interpuesta, que las uvas de la ira del secesionismo están verdes. Ha visto la luz.

Para que nuestro resiliente presidente se haya deslomado en la verdad, cayendo del caballo camino de Barcelona, han tenido que ocurrir algunas cosas. No ha sido un milagroso rayo divino el que le ha iluminado, como a Saulo. Pedro Sánchez ha descubierto la evidencia a través de una fórmula más pedestre como, por ejemplo, haber quedado con el trasero completamente al aire después de haberlo dado casi todo por un acuerdo con los partidos catalanes. Para lograrlo celebró un consejo de ministros, ministras y ministres en Barcelona, accedió a una entrevista con Torra, aceptó firmar el pacto/declaración de Pedralbes y la negociación bilateral entre los dos gobiernos e inundó Cataluña de inversiones multimillonarias. Y para nada.

Todo eso, como diría Shakespeare, fueron trabajos de amor perdidos porque no ablandó la terca obstinación catalana con lo suyo: independencia ya y presos fuera. La última cesión de Sánchez hizo estallar a la opinión pública: aceptar la presencia de un mediador en las negociaciones políticas sobre el conflicto catalán. Así se las ponían a Felipe II. La oposición de PP, Ciudadanos y Vox convocó al pueblo a las calles "para defender España" y comenzar a lo grande su campaña electoral. Y ante la magnitud del disparate, figuras del socialismo tuvieron que disentir públicamente con Sánchez: algunos con dolorida prudencia y otros, como Alfonso Guerra, con una exquisita crueldad.

Los presidentes de comunidades gobernadas por el PSOE estallaron. Nadie quiere que se repita el escenario que se llevó por delante a Susana Díaz en Andalucía. Los avisos que empezaron a llegar a Moncloa encendieron todas las luces rojas. "Os habéis pasado". ¿Y a cambio de qué? El presidente Sánchez que afirmaba tener en sus bondadosas manos la solución al conflicto -era una cuestión de diálogo- no ha recibido ni una señal del otro lado de la mesa. Ni siquiera la que más esperaba: que le salvaran el trasero. Al contrario, los catalanes han anunciado que no van a apoyar sus presupuestos lo que ha terminado de cabrearle.

El mensaje que se ha enviado a Cataluña desde Moncloa ha sido muy claro: con nosotros en el Gobierno puede haber diálogo, con un Gobierno en manos de la derecha se puede volver a la línea dura. Se confirma que Pedro Sánchez está muy mal asesorado. Si algo quiere Carles Puigdemont, que maneja los hilos de la Crida desde Bélgica, es que España aumente el nivel de intervención y de represión en Cataluña. Para los independentistas, cuanto peor mejor. Por eso el mensaje de respuesta al buenismo simplón de Sánchez ha sido una patada en la mano tendida.

¿Qué esperaban conseguir los secesionistas? ¿De verdad se creyeron que un tipo, desde la Moncloa, podría concederles el derecho a un referéndum o a la independencia? Si votaron por eso a Pedro Sánchez ha sido una verdadera pérdida de tiempo. La actitud de Sánchez con Cataluña ha causado al PSOE un daño electoral por ahora incalculable en el resto de España. Pero a pesar de que el presidente estaría dispuesto a todo para mantenerse en el poder, sabe que su propio partido tiene unas líneas rojas que no le van a permitir cruzar. Se ha acercado al límite y ha escuchado un aviso lo suficientemente serio para dar marcha atrás a toda máquina.

Todo hace pensar que habrá elecciones generales adelantadas. Y considerando que entre dos opciones Sánchez siempre escoge la peor para su gente, es bastante posible que las convoque junto a las autonómicas y municipales. Para usar de escudo a sus candidatos locales, que es justo lo que ellos no quieren. Puede que sea la última hazaña del presidente resistente antes de que su partido le pase al cobro la factura de sus graves errores en un gobierno intensamente breve y dañino. Pero que no se nos pierda de vista que la vida de España sigue marcada por Cataluña. Un problema que pasa de mano en mano y en todas se pudre un poco más.