Cuando el grajo vuela bajo hace un frío del carajo. La naturaleza nos manda señales de que las cosas están a punto de ocurrir. Y ahora mismo, la sensación es que se aproxima un nuevo enfriamiento económico que nos va a trincar en pelota picada. Ya no tenemos caja de resistencia porque acabamos de sobrevivir a la peor tempestad económica que se recuerda y aún estamos en la playa, recuperando el resuello.

Este año pasado hemos recibido cuatrocientos mil turistas menos en Canarias. Es un aviso. Nadie se ha puesto nervioso, porque aún viene mucha gente. Pero el mercado nos está diciendo que ha llegado el final de la increíble burbuja turística. Y para quienes viven casi exclusivamente de un solo negocio, que su principal recurso empiece a retroceder es un síntoma preocupante. Otra cosa es que seamos tan estupendos que nos la refanfinfle.

Italia va de culo y sin frenos. Gobernada por los populistas, lleva ya dos trimestres encadenando caídas en el IPC y con una deuda pública que les come por las patas. Los presupuestos italianos, como los españoles, son una fiesta de gasto sin ingresos creíbles que han disparado todas las alarmas de la Unión Europea. La salida de Gran Bretaña de la UE va a ocasionar un destrozo en las previsiones de crecimiento de la eurozona y lo previsible es que haya un impacto aún incalculable en el comercio de los países.

Si alguien piensa que eso no nos va a afectar está muy equivocado. España, sin saberlo, va de cabeza hacia un ajuste duro. Porque tenemos una deuda país que empieza a ser increíble para los mercados. Y porque el caballero que ahora nos gobierna ha lanzado el gasto social a niveles estratosféricos. Hemos subido las pensiones, el salario mínimo, el sueldo de los funcionarios, las plantillas públicas y las inversiones. Y todo eso se piensa conseguir con el dinero que sale de una recaudación de impuestos que se sabe que no se va a cumplir. Hemos vivido los últimos años con un dinero que nos han estado prestando desde fuera, hasta llegar a superar el billón de euros. Hemos estirado el chicle en los años más duros de la crisis, pero ya no da mucho más de sí.

Las grandes empresas han empezado a lanzar el peso muerto por la borda: o sea, léase trabajadores. Por donde quiera que se mire hay despidos masivos y ajustes de plantilla. Y para colmo de infortunio, la estabilidad política del país está en manos de un equilibrista que se mantiene sobre el filo de una delgada cuchilla, con los independentistas catalanes haciendo todo lo posible por debilitar al Estado y la demagogia de los restantes partidos políticos jugando al pierde. Aún no estamos en el congelador, pero vamos hacia él a toda máquina. Los grajos están volando muy bajo. No hemos terminado de pagar los platos rotos del último desastre y ya nos estamos cargando la nueva vajilla. No aprendemos.