Como afirma Murphy, si algo puede salir mal probablemente saldrá mal. Y la sensación que nos ofrece este año que empieza es que las cosas van camino del patio de los cangrejos. Encima hay elecciones. Y ya se sabe que cuando las urnas se divisan en el horizonte a los partidos políticos se les disparan las hormonas y se abocan al sofoco.

Las calles están incendiadas por los taxistas que pretenden defender un mercado exclusivo condenado a la extinción. Los independentistas catalanes están preparando las agitaciones por el comienzo del juicio a los políticos imputados por desobediencia. Podemos, estragado por sus divisiones internas, ha propinado una clamorosa derrota parlamentaria al Gobierno de Sánchez, para enseñar músculo y mandar un aviso a navegantes. Y los Presupuestos del Estado se tambalean con la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, que puede dar al traste con las previsiones de prosperidad, con el crecimiento del PIB y con las relaciones comerciales con el mercado británico. Y a todo eso, además, hay que sumarle las dudas sobre una deuda pública de los países que empieza a parecer un globo a punto de reventar.

Los efectos perversos de la agitación electoral también se están dejando sentir en las islas. Las relaciones institucionales entre Madrid y Canarias están atravesando un periodo de "guerra fría" en una espiral de altanería y declaraciones que nos conducen al desencuentro permanente. Las inversiones en las Islas nos ponen de nuevo a la cola del Estado, porque hemos dejado de ser relevantes en el Congreso de los Diputados, un papel que ahora ocupan los nacionalistas vascos y catalanes. Y las corporaciones del archipiélago están ensimismadas en conflictos que tienen mucho que ver con el postureo político antes de la llamada a las urnas. La racionalidad ha sido sustituida por una interpretación de la realidad en la clave de intentar jeringar al prójimo.

En el Cabildo de Gran Canaria ha estallado un escándalo por la compra de terrenos a la familia del jefe de filas de Nueva Canarias. Y en el de Tenerife por la compra de un edificio a la familia de Antonio Plasencia para ser destinado a centro de mayores. Aunque tienen distinto alcance, ambos asuntos han sido aprobados por los técnicos y funcionarios de ambas corporaciones, pero se enfrentan ahora al juicio político que se basa en consideraciones éticas de conveniencia. Es muy probable que el enfrentamiento por estos asuntos desemboque en ácidas polémicas que terminen afectando a los actuales gobernantes. En Tenerife es posible incluso que acaben en una ruptura del pacto de gobierno entre socialistas y nacionalistas. Pero no será por el fondo del asunto -porque conflictos de postura han existido otros y más intensos en el pasado- sino porque nos acercamos a las elecciones. Y como siempre que hay urnas, uno lo que desea es que lleguen ya de una puñetera vez a ver si se les pasa a todos el mal de San Vito.