La frase de que nuestro idioma está vivo no es un tópico para llenar páginas en blanco, sino que por el contrario resume la constante renovación de nuestro léxico con la inclusión de nuevos vocablos para enriquecer nuestro lenguaje, cuna, como todos los derivados de origen latino, de la civilización ibérica y su expansión por todos los países descubiertos y colonizados por España.

Y de la misma forma que evoluciona nuestro lenguaje, también lo hace con similar velocidad la noticia cotidiana, salida de cualquier parte del orbe civilizado; reitero esto último porque hay países que aspiran a serlo pero que ignoran la publicación del sucedido informativo, porque, o bien está fieramente censurado, o no lo está y como consecuencia sobreviva al caos de la amenaza y condena a muerte del infractor o infractores. Con un ejemplo cercano de la Octava Isla, que todos llamamos Venezuela y su actual régimen dictatorial, por un presidente que representa a un pueblo que se debate en su precariedad alimentaria, y que, como contrapartida, cada día necesita más metros de tela para confeccionar su holgado uniforme para las recepciones, colmado de medallas a su ineptitud política.

Pero dejemos las andanzas del grandote Nicolás para otra ocasión más propicia, mientras el pueblo, espoleado por el hambre física, no se manifieste declarándose en rebeldía y deponga este Gobierno corrupto de mantenidos y subordinados, al tiempo que los pozos del lago de Maracaibo se van secando bajo el lodazal de las aguas, disparando a la baja los precios del combustible fósil. Y ya que mencionamos el petróleo, observamos cómo el ingenio humano se acrecentará con el anuncio de una nueva crisis energética, surgiendo, fruto de ese suceso, la posibilidad de moverse en un vehículo impulsado por electricidad, con un punto de recarga adecuado a las necesidades de los nuevos automóviles. Y como ya lo citaba al principio del comentario, la gasolinera de toda la vida se ha mutado en la primera "electrolinera" de la Isla, al servicio de los usuarios que han sustituido su vehículo convencional por este de nueva generación. Respecto a esto, podemos argumentar que, hoy por hoy, la decisión de cambio de automóvil viene dada por una indefinición informativa, que establece serias dudas a la hora de cambiar de sistema, habida cuenta la citada escasez paulatina de los pozos petrolíferos y el futuro incierto de las energías alternativas. Pero no acaba aquí esta reflexión sobre nuestro futuro energético y su puesta en empleo de alternativas a la locomoción. Para un territorio insular, y por tanto limitado, la forma de movilidad se complica en función del tamaño de nuestro lugar de origen, pues si ahora se puede paliar con un simple enchufe conectado a una corriente para cargar una pesada batería -solución aún pendiente de la limitación de su peso y de la durabilidad de la carga acumulada-. Un artilugio, como decimos, que las fábricas y fabricantes no han conseguido perfeccionar ni rentabilizar para que la alternativa al petróleo sea lo más ventajosa y más económica posible. Ni qué decir de la tímida solución de inaugurar la primera "electrolinera", donde los conductores con más liquidez podrán reponer la energía de sus exhaustos motores eléctricos, siempre y cuando exista una diversidad de puntos de conexión para que sea factible de forma simultánea para muchos propietarios.

No hará falta ser adivino para contemplar el panorama de las discusiones que se generarán entre estos nuevos automovilistas, incluso más de uno, acosado por una urgencia responsable, en un acto de impotente desesperación se avendrá a pronunciar la célebre frase del rey Ricardo III, clamando por un caballo -enchufe, en este caso- a cambio de su reino, para poderse montar en él y continuar con la batalla de Bosworth en 1485, en la que, según la historia, terminaría muerto por las heridas recibidas. Tragedia escrita por William Shakespeare, basada en los conflictos de sucesión entre las familias Lancaster y York, conocido como la Guerra de las Dos Rosas. Ignoro si este futuro conflicto de las "electrolineras" va ser tan ofensivo como el nombre que la historia da a este embrollo de intereses por la sucesión monárquica, pero la experiencia nos da pie para adivinar lo que va a suceder cuando estos dispositivos sean el común de las estaciones de servicio, mientras que los concesionarios de vehículos sigan vendiendo sus artilugios rodantes, junto a las eléctricas a precios más onerosos, y muy probablemente con una industria de reposición energética aún incipiente e incompleta, que como todo no tardará en encarecerse y oscilar como lo ha hecho el precio del barril de petróleo a lo largo del último siglo. Tiempo al tiempo, que la discusión y la morrada canaria por un enchufe estarán pendientes de enzarzarse por un quítame allá ese voltio.

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