Cuando en la Moncloa estaba un registrador gallego, de original sintaxis y enorme sentido común, le llovieron hostias por todos los lados por su autismo político con Cataluña. Mariano Rajoy se enrocó en un discurso de respeto a la legalidad y se negó a mantener ningún tipo de diálogo con lo separatistas catalanes, hasta llegar a la intervención de la propia autonomía.

Una de las razones que motivaron la moción de censura de Pedro Sánchez fue la intención de romper con ese inmovilismo porque, a decir del socialista, la única manera de superar ''el problema catalán'' era con diálogo. Llegó a la Presidencia aupado por los votos de los independentistas -entre otros- y ya desde el poder ha practicado escrupulosamente lo que había dicho. Se ha entrevistado con Torra, pese a las graves descalificaciones que el catalán ha dedicado a la democracia española, y ha desplegado toda una serie de gestos dedicados a suavizar a los secesionistas: desde la celebración de un Consejo de Ministros, Ministras y Ministres en Barcelona hasta el riego a manta de millones de euros en el proyecto de los presupuestos para este año.

Pero ese mismo presidente, dialogante y tal, ha protagonizado los mayores desaires institucionales con Canarias. La crónica de las relaciones con los representantes de estas islas son un desplante tras otro. No vino a la conferencia de Regiones Ultraperiféricas, a las que asistió el rey Felipe VI y no ha tenido a bien conceder ninguna entrevista al presidente Clavijo, pese a que este se las ha pedido de todas las maneras posibles (tanto y tantas veces que parece hasta un poco mendicante).

Pero la descortesía institucional ha traspasado ahora la frontera de la pésima educación para adentrarse en los terrenos del insulto. La última decisión de Pedro Sánchez muestra una falta de sensibilidad que resiste cualquier capacidad de análisis. El presidente, que había confirmado su asistencia al acto en conmemoración del nuevo Estatuto de Autonomía de Canarias, comunicó después su ausencia, por problemas de agenda. Y poco más tarde ha anunciado su presencia, un día después, en un acto interno del Partido Socialista de Canarias.

Hace cuatro meses, los nacionalistas canarios estaban en una UVI política, preocupados por el enfriamiento de su masa electoral. Hoy están en planta, con flores y bombones. Y si Madrid sigue igual, terminarán con el alta médica y una salud de hierro. No se puede hacer peor con estas islas. Desde Ábalos y la subvención a los billetes aéreos a esta última decisión, los comportamientos del Gobierno central con el Archipiélago despiden un asfixiante aroma a prepotencia y sectarismo.

El presidente de Canarias, sea Clavijo o Tato el Coneja, se merece un respeto y no debería ser ninguneado por otras instituciones del Estado. Eso es confundir el culo electoral con las témporas democráticas. Sánchez es el secretario general del PSOE, pero también el presidente de todos los españoles. Y esta vez ha metido la pata hasta el corvejón.