Este es el siglo donde la verdadera sabiduría, amén de estar de los libros, está en el manejo de nuestras emociones: esas que nos paralizan o nos hacen llegar a los más alto según cómo las gestionemos. Hace unos días me tropecé con una reflexión cuyo título, "Llorar para ser feliz", me llevó a bucear en el escrito. Desde niños nos enseñan a no llorar, a guardarnos un sentimiento que refleja dolor, ¿pero hasta qué punto es esto sano? Si bien las carcajadas están ligadas a la alegría mientras las lágrimas lo hacen al fracaso o la tristeza, existen múltiples estudios que aseguran que llorar es necesario para ser feliz. William Frey, psiquiatra de Minnesota, asegura que las lágrimas son tan necesarias para mantener el cerebro sano como lo son las sonrisas. Estamos en el siglo de la revolución emocional, que a buen seguro nos hará mejores personas y aumentará todas y cada una de nuestras virtudes.

Las lágrimas aplacan la tristeza hasta dejarnos dormidos, y liberan las emociones permitiendo el desahogo que nos lleva a la tranquilidad. El psiquiatra Cristian Prado, máster en Neurociencias por la Universidad de Chile, explica que la mayoría de las personas que padecen una depresión no lloran, y se dejan de expresar. Esto quiere decir que una estructura del cerebro se apaga y deriva a una indiferencia ante el dolor. No lo procesa. La persona se aísla para que no la vean padecer. Las lágrimas, en absoluto, son síntoma de debilidad: son un mecanismo de escape para reordenar nuestros sentimientos. Por eso, a las personas incapaces de eliminar esas emociones negativas se las trata como emocionalmente incompletas. Y quien más completo tiene su sistema emocional más feliz será. Contaba Washington Irvin que "hay algo mágico en las lágrimas. No son señal de debilidad sino de poder. Son las penas de una tristeza abrumadora y de un amor indescriptible". Y hablamos de las lágrimas de dolor.

@JC_Alberto