Es el constructor por definición de Tenerife. Cuando nuestra Isla necesitaba del sector madre: el de la construcción, el sector locomotora que tira de todo, Plasencia se partía el lomo por sacar adelante sus empresas (porque es empresario) y dar a mucha gente de nuestro entorno trabajo y bienestar a raudales. Cuando Tenerife necesitaba desarrollo, y los políticos miraban para otro lado porque la urgencia eran los salarios y los techos para los más necesitados, dando igual de dónde se sacaran los áridos: allí estaba Antonio Plasencia. Y décadas después, con muertos de por medio, llegó la causa judicial de marras. Con la alegría de papanatas que ni vivieron aquellos tiempos. Es lo que tiene arriesgar en la vida, y Plasencia es un empresario de éxito con muchas más luces que sombras. Pero la envidia es muy jodida, y si bien ha ayudado hasta a otros constructores para que no sucumbieran en la bancarrota con la crisis, algunos otros quisieran ser él y liderar el sector más potente de Tenerife durante décadas.

Y hablaba de la envidia, que no es otra cosa que el reconocimiento del fracaso de uno mismo. Si las luces de Plasencia las hubieran tenido estos mediocres, otro gallo nos hubiese cantado a todos los tinerfeños. Ahora, en la antesala electoral (qué raro), empieza otra caza de brujas que alarma a pamplinas que hoy descubren cómo se mueve el mundo, inmersos en el chovinismo más delirante. Y si el lío es la venta de un edificio por parte del constructor a quien debiera ser su legítimo propietario, el Instituto de Atención Sociosanitaria (IASS) del Cabildo, que quizás no tuvo fondos para construirlo en su momento, me parece que llegan hasta tarde a la transacción. Y a mí, que no transito la construcción, me gustaría haber tenido mil Antonios Plasencia en Tenerife para que esto se hubiese movido mucho más. Y, dicho con toda rotundidad, no he estado a sueldo suyo ¡nunca! Y dicho queda.

@JC_Alberto