Harían bien los políticos españoles en estudiar detenidamente el llamamiento del Rey Felipe VI a la convivencia, convencida como estoy de que, en cualquier momento, si siguen echando gasolina al fuego puede saltar la chispa que avive la discordia, el odio, la guerra entre familias y amigos. De ahí la necesidad de que una Institución moderadora como es la Monarquía utilice todo su prestigio para aplacar los ánimos de quienes se creen con derecho a poner patas arriba la democracia en nuestro país.

Un llamamiento que no debería servir solo para aplaudir puntualmente a quien lo ha utilizado en unas fiestas en las que el que más y el que menos se encuentra reunido con la familia celebrando la Nochebuena, sino por quienes como los líderes políticos, empresariales, sindicales, sociales, tienen la obligación moral de luchar por que no afloren los demonios que todos llevamos dentro y que tantas desgracias, muertes, desatinos ha causado en nuestro país. Creo que todos estamos de acuerdo en que el tema catalán ha calado en nuestro país, como ningún otro, debido a la gravedad de los acontecimientos que tuvieron lugar en el Parlamento el 10 de octubre de 2017 y que ha llevado a los líderes del procès a prisión, preventiva pero prisión, solo a espera de lo que decida el tribunal que les juzgue. De ahí lo importante que es que mientras eso sucede, se imponga el diálogo, para evitar que quienes no se sienten independentistas radicales, se sientan apoyados por el gobierno de la nación, pero también por la oposición, y que quienes se sienten independentistas, pero no quieren separarse de España, tengan un asidero al que aferrarse en momentos tan cruciales como los que estamos viviendo.

¿O acaso alguien piensa que en Cataluña la división entre separatistas y españolistas se puede llevar a cabo como se corta una tarta?: esta mitad para ti y la otra mitad para mí. No, ni muchos menos; conozco independentistas casados con andaluzas, extremeños cuyos padres se fueron a Barcelona, a Badalona, o a Tarragona, en busca de una vida mejor, para ellos y sus hijos, y que hoy tienen el corazón roto, porque no quieren ver a sus amigos, a sus parejas, al dueño de la tienda en la que hacen la compra diaria, como enemigos irreconciliables. Y siendo así, por qué no esforzarnos más en lograr que las aguas vuelvan a su cauce, que discurran sin que ello suponga un desgarro emocional, familiar, de convivencia.

Dice el refrán que dos no discuten si uno no quiere. Apliquémonos el cuento. A Torra y al resto de representantes de la Generalitat se les neutraliza el discurso si ven que todos los demás, Ciudadanos, Partido Popular, Partido Socialista, Podemos y Sociedad Civil, reman en la misma dirección, y no cada uno por su lado, utilizando la diversidad de opiniones para conseguir el voto de la rabia, de la crispación y de la exclusión. Así no. Menos aún, utilizando este grave problema en el resto de las comunidades autónomas, como ha ocurrido en Andalucía, para posicionarse políticamente.

Las heridas no se curan echando sal, las heridas se curan acudiendo al médico para que sea un experto quien decida cuál es la mejor medicina para que cicatricen. En el caso que nos ocupa bien haríamos en hacer escuchar detenidamente al Rey Felipe VI: es imprescindible que aseguremos la convivencia en un país en el que durante cuarenta años hemos disfrutado de paz y prosperidad, y de una democracia que ha sido la envidia de quienes nunca pensaron que en España pudiéramos conseguirlo.