Que la vida va en serio, como escribía Jaime Gil de Biedma, se sabe en cuanto aparecen los primeros dramas personales. Luego vienen acontecimientos colectivos contra los que solo se puede oponer la valla del compromiso y la ética. Desde hace años, ese asunto que no es particular ni íntimo, pero que tiene que ver con la vida propia, es la situación en Cataluña, que estos días ha alcanzado un pico mayor de complicación. Y esta vez no solo por los catalanes, los protagonistas más evidentes de este triste paisaje político, sino por otros españoles que pertenecen a partidos políticos a los que habría que requerir responsabilidad y sosiego, manden o se manifiesten desde la oposición.

Me refiero en estas circunstancias a los partidos que se oponen a que los socialistas sigan gobernando; esos partidos del centro, de la derecha y de la derechísima han aprovechado que Cataluña hierve para hallar culpable al Gobierno de Sánchez. Todo tipo de improperios han sido argumentos para afear al Ejecutivo su desplazamiento en Consejo de Ministros a Barcelona. Un andaluz que me ilustra con sosiego y sabiduría y un catalán, mi compañero Lluis Bassets, me han refrescado estos días ejemplos de cómo el PP, concretamente, se ha servido de la más abyecta hipocresía política para agitar fantasmas pretéritos para exigir que no se haga nada por el diálogo, o que éste se vincule tan solo a la puesta en marcha por las bravas del artículo 155.

Lo dijeron antes de la reunión de los ministros del viernes y ahora, junto con Ciudadanos, lo han vuelto a decir, con palabras que se parecen a las expresadas por los propios independentistas del Govern: para los independentistas ese Consejo fue una molestia, para la derechísima fue una claudicación que avergüenza a la patria.

Una antigua socialista que luego campó a sus anchas por los vericuetos de la ética para uso personal hizo en público una invocación sorprendente: qué dirán, vino a decir, los nietos que un día sepan de esta alta traición gubernamental. Ella estuvo siete años coaligada, desde el socialismo en el que militaba, con el PNV, en los años de plomo. Entonces el diálogo fue una aspiración frustrada, como probablemente lo será esta, pero o se intenta o la política no hace lo que debe.

La hipocresía del PP la inspira Aznar, al que obedece Pablo Casado. Cuando el primer presidente del PP decidió que había que intentar el diálogo con la ya extinta organización terrorista, me recuerda mi amigo andaluz, el grupo terrorista fue llamado Movimiento de Liberación Vasco. Y el Parlamento español aprobó los mecanismos perentorios para que se llegara a un acercamiento. ¿Es peor lo que ha hecho ahora el Gobierno de España?

Mi amigo catalán me ilustra también sobre el pasado como espejo del presente: en este caso, Lluis Bassets lo hace desde un libro, "La rebelión interminable. El año de la secesión catalana" (Catarata). Ahí explica por qué, después de medio siglo de escritura periodística, se ha dedicado tanto al país que ama, "como si me fuera la vida en ello". Y explica cómo la inacción u omisión del anterior presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, del PP, dejó pudrir la situación con las dramáticas consecuencias que, durante todo un año, desde el 1 de enero de 2018 hasta ahora mismo, se configuran como un drama cuya salida ya no se puede esperar, como esperó Rajoy, de los tribunales, sino de un lenguaje nuevo que ofrezca vías de alivio, hasta que algún día ni Bassets ni mi amigo andaluz, ni este que les escribe lleguemos al ahogo al que nos conduce la contemplación aberrante de la miseria moral que conduce a la crítica política que se ejerce en este país. Amo Cataluña, considero propio lo que sucede allí; cada momento de desasosiego es un momento triste de mi vida. Como si me fuera la vida en ello.