Hasta el moño. Si bien no se encuentra aún en los manuales clínicos, el tema que tratamos hoy es la resultante de la desconfianza y un buen puñado de emociones negativas que la clase política despierta en la sociedad que dirige. Hastío, rabia, molestia, decepción o tristeza son las más palpables. Contaba Jorge Luis Borges -según leía en un artículo en la red- que los políticos no debieran ser considerados "personajes públicos", y su razón pivotaba en su clase de fechorías, sus siniestras personalidades, los continuos desaciertos en la toma de decisiones, y todo aquello que los hace no ser en absoluto fuente de inspiración y, más aún, no estar capacitados para ostentar el poder que tienen entre manos. Contaba Javier Solana hace dos días, en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, que cuando en una mesa con Bill Clinton, a principios de siglo, desgranaron las bonanzas que podían traer este siglo, no atinaron en nada. Ocurrió todo lo contrario y se empezó a desarrollar un año más tarde con las Torres Gemelas.

El auge de los soberanismos, los extremismos, los independentismos o el drama de la inmigración, la corrupción y las políticas cada vez menos sociales están alejando de forma precipitada al ciudadano de aquellos que dirigen el poder. El estudio, fruto de la University Press de Cambridge, es la primera vez que empieza a poner negro sobre blanco un asunto que de seguir así auguran que acabaría con lo menos malo que tenemos: las democracias.

Esto, unido a la infoxicación, nos está alejando de la realidad. En España nos estamos encontrando con todos estos males y es manifiesto que pueden acabar peor que a escupitajos. Contaba Churchill que un buen político es aquel que una vez comprado lo volverías a comprar. ¿Tienen ustedes el suyo? Si no es así, quizás anden con el síndrome del estrés político. Y digo yo: ¿qué es un síndrome más para un tigre? ¡Qué cosas tú!

@JC_Alberto