Cargada de generosidad y nostalgia, recibo una carta de un palmero que, en rudo contraste con los azules recuerdos de su infancia, resume la actualidad de la que es su patria desde hace medio siglo. En la crisis que castiga a una de las naciones más ricas del planeta, asustan la falta de libertad y el atropello de la disidencia, la absoluta carencia de productos básicos, la inflación galopante y el hambre literal y las imparables marchas de pobres forzados al exilio. Para maquillar la fealdad del populismo corrupto, se convocan unas elecciones donde el chavismo -no podía ser de otra manera- obtuvo la victoria en ciento cuarenta y dos distritos y colocó a un noventa por ciento de los cargos nominables en las cámaras legislativas locales.

Mientras se digería el susto por un terremoto de magnitud 7,1, ocurrido el 5 de diciembre, con epicentro en Yaracuy a ochenta y siete kilómetros de profundidad, "se montó el zaperoco por el triunfo del Gran Polo Patriótico, que, con propaganda burda -la participación fue del veintisete por ciento- se alabó el éxito del pueblo soberano. Sólo fue útil en esta indecencia que ciertas voces sensatas de la oposición llamaron, ¡por fín!, a la unidad, por encima de diferencias y sin discutir legitimidades, para hacer frente al colosal abuso de poder que contraviene todos los derechos humanos".

"La única solución -continúa el amigo- es que la ONU y los organismos internacionales dejen de mirar de reojo este y defiendan, siquiera sea por solidaridad, a un pueblo sometido, hambriento y temeroso de un régimen que, como método de intimidación, anuncia periódicas maniobras militares con Rusia, ante la eventualidad de algún ataque".

Le contesto con una noticia reciente: la deserción pública del chavismo de uno de sus fervientes defensores de ayer. En la comisión del Senado que investiga la financiación de los partidos políticos, Pablo Iglesias, abjuró de afirmaciones personales y reconoció que "la situación política y económica del país es nefasta". La actitud del jefe de filas de Podemos, que en ningún caso reconoció haber recibido dinero de los gobiernos de Chávez y Maduro, marca un antes y un después en unas sólidas relaciones que, ante el peso de los hechos, se resquebrajan. Ahora sólo falta que Zapatero explique cuáles fueron y son sus gestiones y qué resultados ofrece su misteriosa intermediación. Despido a mi amigo con los mejores deseos en las cercanas Pascuas, "otras Navidades negras", según sus palabras.