No conozco a nadie que no tenga referentes. La admiración es uno de los sentimientos más gratificantes que existen: es enriquecedor encontrar a personas que te sirven como ejemplo, que te animan con sus palabras, que te guían con su comportamiento o que te acompañan en tu soledad. Lo pienso cuando escucho a Emilio Lledó contar sus vivencias y reclamar pensamiento crítico, cuando veo cómo Margaret Atwood reivindica los derechos humanos y nos interpela sobre el feminismo en sus novelas o cuando escucho a Aute cantar "Al Alba", una canción convertida en himno generacional. ¿Se imaginan una vida sin el entusiasmo que produce ver en otros la grandeza?

Los referentes varían. Los marcan las afinidades y la historia de cada uno. Yo pienso que ninguna admiración lógica puede ser absoluta, incondicional, porque esa adhesión nos convertiría en devotos. Pero sí creo que la inmensa mayoría de nuestros modelos tienen algo en común: suelen alcanzar gran parte de su sabiduría con la edad. Que la experiencia es un grado es una frase hecha que envejece muy bien, aunque en los últimos tiempos hayamos sacrificado tanto talento sénior como consecuencia de una reforma laboral desastrosa. La convivencia intergeneracional en las empresas e instituciones es clave para el progreso: cada uno aporta el bagaje y la actitud que le corresponde por edad. Eliminar esa interacción tiene un coste que no hemos sido capaces de calcular, pero que me aventuro a estimar que es altísimo.

Los datos son contundentes. La Encuesta de Población Activa del tercer trimestre de este año cifra en 88.900 las personas que llevan dos años o más sin trabajo. Muchas de ellas tienen más de 45 años: volver a encontrar un empleo pasada esa edad se ha convertido casi en una hazaña. Ocurre en Canarias y en el resto del país, pero esa homogeneidad no evita que sea una realidad espeluznante. Según un informe de 2017 de la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, en toda España el 39,2% de los parados mayores de 50 años llevaba ese año buscando empleo más de cuatro años y el 72% lo hacía desde hacía al menos uno.

Es una tragedia personal, pero también un fracaso de toda la sociedad. Hay empresas que deciden desterrar a los empleados que más trayectoria tienen en la compañía para reducir costes laborales, pero muchas veces eso es -y vuelvo a tirar de refranero- pan para hoy y hambre para mañana. Paradójicamente, estamos permitiendo que la edad lastre las expectativas laborales a pesar de que la experiencia es fundamental para ocupar ciertos perfiles. Y esto no se soluciona a base de ayudas sociales exclusivamente o tirando de demagogia: no solo por las implicaciones que tendría en las arcas públicas de cualquier estado o comunidad autónoma, sino porque las personas necesitan sentirse útiles, comprometidas con el proyecto de sociedad en el que viven. Dejarlas atrás es un problema económico y social. Por eso, es urgente que abordemos un pacto generacional que incluya medidas eficaces que traspasen las ideologías de izquierda y derecha.

El Gobierno de Pedro Sánchez anunció recientemente un plan de choque por el empleo juvenil.

Es una buena noticia. Los menores de 35 años están teniendo que aceptar contratos precarios, con condiciones muy duras y salarios que no se corresponden con su formación. El paro juvenil es un problema, pero no es mayor que el de quienes han superado la barrera de los 45 años. Muchos expertos ya han incidido en que el paro juvenil suele duplicar el dato de tasa de paro general, con independencia de la época en la que nos encontremos, y que la mejor política para rebajarlo es favorecer el crecimiento. Esa hipótesis no es un consuelo. Aquí no se trata de elegir a quién salvamos, sino de ser conscientes de que no nos salvaremos si las oportunidades no existen para todos. Necesitamos a los mayores de 45 en labores que no pueden sustituir las máquinas, labores para personas con liderazgo, capacidad y serenidad a la hora de tomar decisiones. En tiempos en los que el descontento se manifiesta con la irrupción de la extrema derecha en los parlamentos -incluida España, con la llegada a la Cámara andaluza-, todos debemos hacer una reflexión sobre lo que está ocurriendo en los márgenes de nuestras sociedades. No podemos permitirnos una recuperación económica que se olvide de la mitad de la sociedad, que reparta deuda y precariedad, pero no bienestar.

*Consejera de Empleo, Políticas Sociales y Vivienda del Gobierno de Canarias