El día 10 de diciembre se cumplieron setenta años de la proclamación, por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en París, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un documento que marca un hito en la historia de la humanidad y define un ideal común para todos los pueblos y naciones. La declaración estableció un conjunto de derechos que, conjuntamente, concretan las condiciones que hacen posible que las personas, sea cual sea su origen y condición, puedan vivir dignamente.

Traducida en más de quinientos idiomas, la declaración establece por primera vez los derechos que deben ser protegidos en el mundo entero. La libertad, la justicia y la paz son valores esenciales de la dignidad intrínseca y en ellos deben basarse los derechos iguales e inalienables de todos los integrantes de la familia humana.

Dicho de una forma breve y sencilla, la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos recuerda permanentemente lo que los seres humanos nos debemos unos a otros y señala con meridiana claridad los deberes esenciales para los poderes públicos. De modo que, como nos dice el filósofo del derecho estadounidense Ronald Dworkin, los derechos humanos nos recuerdan que "los miembros más débiles de una comunidad política tienen derecho, por parte del Gobierno, a la misma consideración y el mismo respeto que se han asegurado para sí los miembros más poderosos, de manera que si algunos hombres tienen libertad de decisión, sea cual fuese el efecto de la misma de decisión sobre el bien general, entonces todos los hombres deben tener la misma libertad".

Vistos de este modo, que es como a mí me gusta verlos, no cabe la menor duda de que los derechos humanos son poderes que la sociedad otorga a las personas para su propia defensa y protección ante cualquier amenaza de sometimiento a la voluntad de otros o al infortunio. Considerados en este sentido, Stephen Holmes y Cass R. Sunstein, autores del libro "El costo de los derechos. Por qué la libertad depende de los impuestos" (Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2011), afirman que los derechos humanos tienen "dientes" y son cualquier cosa menos inofensivos o inocentes. En definitiva, son bazas políticas.

Pues bien, llegado este momento en el que la humanidad está comprometida en un proyecto de gran envergadura, la Agenda 2030, o lo que es lo mismo, la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), debemos recordar que el cumplimiento de los derechos humanos nos permitirá alcanzar ese horizonte compartido y asegurar la vida de todas las personas en la Tierra.

Sabemos a ciencia cierta que sin el respeto a los derechos humanos no es posible alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pero sin un alto nivel de logro en el cumplimiento de tales objetivos tampoco será posible lograr los derechos humanos. Por tanto, ambos no solo se completan, sino que se necesitan. Lo cierto es que tanto una declaración como la otra están respaldadas por un enorme consenso en las Naciones Unidas, pero no es menos cierto que no conseguimos que ese consenso alimente el día a día de la acción política. Esto me lleva a plantear que si estamos de acuerdo en la imperiosa necesidad de lograr que la Agenda 2030 sea una realidad, centrémonos en eso y seamos capaces de superar las diferencias en cuanto a las condiciones de realización. En mi opinión, estas diferencias no deberían ser un obstáculo para avanzar tanto en uno como en otro camino.

A mi juicio, alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible y respetar todos y cada uno de los derechos humanos requiere el compromiso de varias generaciones y, por tanto, la continuidad de este compromiso en los consiguientes ciclos legislativos y electorales, de aquí la necesidad de que sea precisamente el Parlamento quien garantice la continuidad en el empeño de trazar el camino, pero sin marcar el paso.

Consciente de esta responsabilidad, el Parlamento de Canarias, con el apoyo unánime de todos los grupos parlamentarios, está trabajando para dejar bien señalado el camino que debería conducirnos desde el respeto a los derechos humanos hasta el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Nadie conoce lo que nos depara el futuro, pero lo que sí sabemos es que, sin unas señales claras que orienten nuestros pasos, corremos el riesgo cierto de acabar justo en el lugar al que no queríamos llegar. Sobre todo si, como reconoce la ONU, "tal vez seamos la primera generación que consiga poner fin a la pobreza y quizás seamos también la última que todavía tenga posibilidades de salvar el planeta".

*Presidenta del Parlamento de Canarias