Quince días después de la muerte de Zerolo, cuando parecía que la epidemia de gripe empezaba a remitir, se produjo el inesperado fallecimiento del prestigioso médico don Manuel Olivera, víctima de la misma enfermedad. Hoy, doce de diciembre se cumple un siglo.

Aseguraba "Máximo Max" -seudónimo del abogado y periodista Aurelio Ballester y Pérez Armas-, en emotivo artículo (EL DÍA, 22.06.1952), que el doctor Olivera contrajo el mal cuando asistía a "un enfermo pobre, muy pobre, que vivía en "Las Gavias", entonces solitario y alejado paraje del campo lagunero. Acaso mientras lo auscultaba o le daba palabras de aliento o de esperanza -la más eficaz medicina de aquel tiempo-, sintió el aguijonazo de la muerte. Al regresar a su domicilio, dijo estas palabras: "Me voy a acostar para acaso no levantarme más". Así fue.

El aura de popularidad y veneración que envolvía la figura del ilustre médico, su proverbial campechanía, la dedicación ejemplar durante medio siglo a la medicina -cuarenta y nueve años justos-, hicieron que la noticia de su fallecimiento sacudiera hasta las fibras más hondas de la población. Desaparecía para siempre un símbolo entrañable de bonhomía y de liberalidad.

Don Manuel Olivera había nacido en San Cristóbal de La Laguna en 1844. Tras cursar el Bachillerato marchó a Madrid, y en la Universidad Central se licenció en Medicina y Cirugía en 1868. Contaba veinticuatro años de edad. Hizo la especialización en París, en la Sorbona y en los más acreditados hospitales franceses, al tiempo que preparaba la tesis doctoral, que leyó el siguiente año en la misma universidad en la que había obtenido la licenciatura. En 1869 regresó a su tierra y se sumó al cuadro de médicos de la ciudad, los doctores Víctor Pérez, Jerónimo Quintero y José de Bhètencourt, quienes no tardaron en percatarse de la sólida formación clínica y humanística de su joven colega, de su vasta cultura, de su carácter firme y a la vez amable, y de su prodigalidad.

El doctor Olivera demostró muy pronto su talento y capacidad de planificación y organización. Primero, al declararse en la Isla una epidemia de tifus, mediados los setenta del siglo XIX; luego, en 1893, con la del cólera morbo asiático y, en 1906, en su lucha casi en solitario contra la peste bubónica. En todas recorrió pagos y barrios, instaló locales de atención sanitaria y de aislamiento de contagiados y dejó testimonios innumerables de su alto sentido del deber y de su preparación. En su domicilio montó un laboratorio con los adelantos de la época, en el que experimentaba y analizaba constantemente, para conocer mejor cómo enfrentarse a las enfermedades. A todo esto se unía su actividad de cirujano de mucho prestigio, con éxitos notabilísimos, que procuraba que no se difundieran, pues para él no eran sino obligaciones profesionales.

Una faceta muy interesante de la personalidad de don Manuel Olivera era la de músico. Como intérprete y como compositor, la compartía con otros miembros de la familia. Su hermano don Cirilo Olivera fue director de orquesta y organista por oposición de la catedral de los Remedios, buen violinista, pianista y compositor destacado. Además, ocupó en dos ocasiones la Alcaldía de su ciudad natal. El Dr. Olivera, por su parte, tocaba muy bien el piano. Solía acompañar a su hija María Olivera Natera en recitales benéficos, muy de la época. Ella poseía una voz espléndida y mucha técnica interpretativa. Falleció prematuramente, al poco de haber contraído matrimonio. Según la crítica, su padre la acompañaba muy ajustadamente. Pero, además, don Manuel fue también compositor. Se sabe de dos obras suyas, un "Stabat Mater" para coros y orquesta, y la música de "Los pescadores" de Francisco María Pinto, según el periódico lagunero La Información (13.12.1918). Todo indica que compuso más.

El día siguiente al de la desaparición del Dr. Olivera, sus colegas don Anatael Cabrera Díaz y don Ángel Capote Gutiérrez solicitaron al Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna que diera el nombre del ilustre médico a la plaza de la Antigua y colocara en la fachada de la casa donde falleció una lápida que perpetuara su memoria. La primera petición se acordó y cumplió sin demora. Para que la segunda sea realidad han tenido que transcurrir cien años. Hoy, el deseo de quienes, porque lo conocieron bien y sabían cuántas virtudes atesoró el ilustre médico, reclamaron que se le honrara así, se va a cumplir. La lápida conmemorativa será descubierta este mediodía.

*Cronista oficial de San Cristóbal de La Laguna