Un amigo peninsular que vivió en Sidi Ifni y estudió en La Laguna, Miguel Sáenz, académico, me llevó a una cena este viernes por la Introducción a un diccionario de topónimos prehispánicos de Canarias que el profesor Maximiano Trapero presentó, con mucha representación oficial canaria, en la Docta Casa el último miércoles.

Saénz, traductor de Günter Grass y de William Faulkner, poeta, hombre de buen humor, jurídico del Aire en sus tiempos de militar de carrera, traductor de instituciones internacionales, está muy orgulloso de su paso universitario por la hermosa campiña lagunera, y, sobre todo, de su tiempo en Ifni, al que dedicó un bello libro, "Territorio".

Y Miguel Sáenz, siempre solícito, venía feliz de esa presentación, a la que Trapero había aportado el resultado (en tres volúmenes) de un enorme esfuerzo que ha compartido con Ediciones Idea y con el patrocinio del Gobierno de Canarias. Compañero de hace tiempo en la Universidad de La Laguna, Trapero es un investigador consciente de la responsabilidad de aprender del pasado, y especialista generoso en materias que hace años sólo eran abordadas por estudiosos oscurecidos por la lamentable distancia que había entre su entusiasmo y la acogida.

Las cosas han cambiado, de tal manera que ahora es un recuerdo irónico el que me trae la palabra tagoror, vocablo guanche ahora tan utilizado, que un grupo de jóvenes usamos para titular aquí, en EL DÍA, un suplemento literario que apareció, creo recordar, en 1969. La denominación guanche que elegimos para titular aquel suplemento fue objeto de burla, por arcaica, por quienes luego, esta es la verdad, abrazaron los vocablos del pasado de las lenguas aborígenes para titular libros u otras expresiones del arte. Mientras tanto, mientras se desvanecía aquella oscuridad, el profesor Trapero, que nació en 1945 en un pueblo de León de bellísimo nombre (Gusendos de los Oteros), ha seguido, como el profesor Tejera Gaspar y como otros contemporáneos suyos (y míos) buscando en los arcanos de nuestra vida aquello que sobresale y tiene nombre.

En este caso, lo que Miguel Sáenz me trajo de aquella presentación fue la Introducción a un diccionario de topónimos prehispánicos de Canarias que Trapero ha titulado "Lo que queda del guanche". Lo que sobresale en la escritura del profesor, aparte de la claridad de su prosa, es la honestidad en el manejo de lo que sabe y la honestidad en la explicación de lo que aún no ha alcanzado a saber. Esta aproximación noble a los saberes y a los desconocimientos no es usual en ninguno de los universos que tienen que ver con la escritura.

No es extraño, pues, el elogio que Trapero obtiene de un colega suyo, el académico Pedro Álvarez de Mirando, autor, por cierto, de una enorme claridad y de un humor extraordinario. Dice Álvarez de Miranda, y esto se resalta en la edición que hace Idea de esta Introducción?: "Aunque estaba ante un ''imposible filológico'', el autor de esta obra se ha enfrentado a tal reto con las armas de la mejor filología, con honesta ecuanimidad, con probidad y rigor por encima de todo".

Es un elogio que se corresponde con la obra, la honestidad la hace mejor y más fiable, y se lee sabiendo que detrás no hay ni demagogia ni ganas de agradar a los que quisieran ser todos neohablantes guanches sin saber siquiera qué queda del guanche.

Por cierto, Miguel Sáenz y otros amigos académicos me dijeron que el vino y el queso canarios que se sirvieron para brindar por esa magna obra eran superlativos. Me lo perdí. Esta vez no me invitó nadie ni, cuando lo supe, tuve ya tiempo de alcanzar las sobras. Enhorabuena, Trapero, da gusto tener a sabios así.