El pasado 16 de noviembre, exactamente a la hora esperada, las antenas de la Deep Space Network de la NASA recibieron el informe de la Sonda Solar Parker. “Estoy bien. He sobrevivido”, fue el mensaje que llegó a los controladores de la misión en el Laboratorio Johns Hopkins de Física Aplicada. En realidad el mensaje no contenía exactamente estas palabras sino un críptico torrente de código binario con telemetría, información de a bordo y metadatos de los instrumentos. Pero la traducción era esa. La Sonda Solar Parker se había acercado al Sol como ningún otro artefacto humano había hecho jamás, se había zambullido en la corona (esa melena magnética que lo rodea, supercalentada a un millón de grados) y había emergido por el otro lado sin sufrir daños. El contacto con la sonda se había perdido, como estaba previsto, dos semanas antes del punto de máximo acercamiento al Sol (llamado perihelio). Durante esas dos semanas y las dos siguientes no habría contacto con la sonda debido a la fuerte emisión del propio Sol. En total, cuatro semanas de ansiedad para mucha gente que ha dedicado su vida profesional durante casi 30 años a trabajar en este proyecto y una administración que ha invertido cerca de 1500 millones de dólares (para hacernos una idea, presupuestos comparables a los de la película Frozen de Disney). Para todos ellos, la angustia ha terminado. Tras lanzarse hacia el infierno perihélico a la espeluznante velocidad de 343 000 km/h, la sonda había rodeado el Sol y emergido por el otro lado aparentemente indemne. Había sobrevivido a su travesía por el Infierno.

La Sonda Parker está diseñada para estudiar la corona del Sol in situ. Nos proporcionará información sobre su campo magnético, el flujo de partículas que emanan de la atmósfera solar y ayudará a entender el misterioso proceso llamado reconexión magnética, relacionado con la actividad violenta del Sol. Nuestra sociedad cada vez depende más de la tecnología y por eso somos cada vez más vulnerables a la actividad violenta que se origina en el Sol. Los estudios existentes valoran que, de producirse hoy en día una gran tormenta solar como el evento Carrington de 1859, daría lugar a daños por valor de billones de euros y un impacto sobre la economía mundial comparable al de las “hipotecas basura” en 2008.

Para poder hacer sus mediciones, la sonda tiene que acercarse al Sol como no se había hecho antes. Uno de los retos tecnológicos que se han tenido que superar es cómo soportar las altas temperaturas a las que se va a encontrar. Por fortuna, la corona solar es un medio extremadamente tenue. Aunque el plasma esté ahí a un millón de grados, no es suficientemente denso como para afectar apreciablemente la integridad de la sonda. El problema realmente importante es la propia luz solar. Esa luz de la que tanto disfrutamos en la Tierra, que nos ilumina y que nos gusta sentir sobre la piel (a pesar de su efecto ligeramente cancerígeno pero que aceptamos de buen grado a cambio de la agradable sensación que nos reporta), la Sonda Parker la experimenta en el perihelio como un mortífero baño de radiación capaz de fundir el plomo. Para protegerse lleva un escudo térmico fabricado con un material de la era espacial que estará en todo momento apuntando hacia el Sol. El resto de la nave va a la sombra de este escudo que se calienta a casi 1400 grados de temperatura. Este es un aspecto crítico de la misión. En el caso de que la orientación fallara en algún momento y alguna parte de la sonda quedara expuesta a la luz solar directa, sería destruida en cuestión de segundos. Y, de hecho, este factor es el que va a limitar el tiempo de vida de la misión. Para poder maniobrar y moverse en el espacio se tienen que utilizar propulsores. Una vez que se acabe el gas de los propulsores, la sonda no podrá orientarse correctamente y terminará siendo vaporizada por la radiación solar. Pero, mientras llega ese día, la sonda irá haciendo pasadas sucesivas por el perihelio, entrando y saliendo del infierno a toda velocidad, tras la protección de su escudo.

La trayectoria de la Sonda Parker es muy alargada. La mitad del recorrido la pasa cayendo hacia el Sol desde casi la órbita terrestre, acelerando cada vez más hasta alcanzar una vertiginosa velocidad récord de paso por el perihelio, dando la vuelta al Sol y saliendo disparada de nuevo hacia el exterior donde, ya con más calma, enviará a la Tierra toda la información recogida. En cada caída irá haciendo su órbita más alargada, llegando cada vez más cerca y más rápido, ayudándose para ello hasta en siete ocasiones del impulso adicional que le dará el planeta Venus para acelerar y acercarse más. Durante siete años caerá una y otra vez hacia el Sol para arrancarle sus secretos, trocito a trocito, en cada nueva órbita. Me cuesta sustraerme a la alegoría del caballero de leyenda en su batalla contra el dragón, cargando una y otra vez, pertrechado tras su gran escudo de las mortíferas llamaradas y portando, en lugar de una lanza con la que herir y matarlo, antenas con las que medir y estudiarlo.

Héctor Socas Navarro es un astrofísico icodense. Trabajó durante nueve años en el High Altitude Observatory de Colorado, Estados Unidos, antes de regresar a Tenerife como Investigador Titular del Instituto de Astrofísica de Canarias. Ha sido responsable científico del Telescopio Solar Europeo y es director y fundador del programa de radio de divulgación científica Coffee Break: Señal y Ruido que se emite en varias emisoras,
incluida Radio El Día.