Aunque en 1996 coincidimos por primera vez, cuando visité la Asociación Canaria Leonor Pérez Cabrera de Cuba, fue en el año 2000 cuando conocí a Carmelo personalmente en mi primer viaje de trabajo a la Isla, durante la etapa que estuve en el Gobierno de Canarias. Desde ese momento se convirtió en mi faro, iluminándome cuando necesitaba esa luz que me aclarase situaciones que eran desconocidas para mí.

Ser compañero de carretera en un coche que le subvencionó la Presidencia del Gobierno de nuestras islas, porque no tenía ningún medio de locomoción para recorrer la isla más larga del Caribe, hace que puedas aprender lo que no harías en un curso académico. Y es que Carmelo era una cátedra viviente, y yo un preguntón constante.

Carmelo me explicó la revolución cubana desde "su punto de vista", y la podredumbre del régimen de Batista, que se había entregado totalmente a los americanos, y que motivaba que Cuba estuviera perdiendo su identidad. Me contó que, cuando era un muchacho, una vez lo detuvieron los esbirros de Batista llegando a su casa, porque las injusticias eran tantas que se creó un estado de terror entre los ciudadanos. "Nos enterábamos todos los días de personas que desaparecían", y de los abusos constantes a la comunidad canaria, me relató el gran Carmelo.

Carmelo se conocía exactamente dónde estaban los canarios nativos, un total de 1.120 cuando yo llegué al Gobierno de Canarias. Cuando me fui, ya solo quedaban 600 personas nacidas en el Archipiélago viviendo en la perla del Caribe. Él siempre diferenciaba entre canarios nativos o descendientes. A los nativos les daba un granito más de respeto, de cariño, de ayuda, de generosidad. En el caso de los descendientes, Carmelo luchaba para que se les reconociera la canariedad como vínculo inequívoco de seguir manteniendo vivas nuestras tradiciones. Por eso, creamos la Escuela de Tradiciones Canarias en Cuba, que funcionaba a la perfección. Aún recuerdo cuando me narraba, con pena, que, a diferencia de otros países de América, no podían ver el programa de televisión "Tenderete" para poder copiar la música y los bailes.

Cada vez que visitaba Tenerife, Carmelo me pedía que lo llevase a comer pescado a La Matanza, al Salón. Cuando terminaba la comida sacaba "la lista de peticiones", como él cariñosamente la llamaba. En ese listado incluía desde un aparato para la tensión para doña Clara, que vivía en Jatibonico, hasta un timple o cuerdas de guitarra porque allá no se conseguían. Nos quedábamos con la lista y, lo que no se llevaba él, se lo íbamos mandando con todas aquellas personas que viajaban a Cuba por cualquier motivo. Aunque Carmelo, en su afán de dedicación, intentaba siempre que ese almuerzo en el que nos reuníamos fuese a los pocos días de llegar a Tenerife, para que así nos diera tiempo de conseguir la mayor parte de las cosas.

Cada domingo, en la Asociación Canaria, se vivía un momento mágico. Carmelo, forofo del fútbol -en su época de joven perteneció al equipo de Cuba y después a los veteranos- se ponía un transistor en la oreja para escuchar todos los resultados a través de Radio Exterior de España. Al siguiente día, y elaborado por él mismo, colocaba en una cartelera de los años cuarenta los resultados y la clasificación, que decenas de personas esperaban con ansias. Yo, para "chuscarlo", le decía: "Ay, Carmelo, que mal está la Unión Deportiva Las Palmas". Él se reía y me decía: "Creo que el Club Deportivo Tenerife jugará la próxima temporada con el Mensajero". En mi memoria está cuando una vez desde Canarias les llevamos la equipación para un equipo de fútbol en Villa Clara y que nuestro querido Vitolo se encargó de conseguir. Lo primero que hicieron los jugadores fue oler la ropa y mirarse entre ellos. El silencio se rompió con las palabras del capitán del equipo: "Carmelo, esto es un milagro".

Y así seguíamos por toda Cuba, hasta llegar a todos los canarios repartidos por toda la Isla. Les entregaba los medicamentos, el gofio o las planillas de solicitud de la ayuda. A veces, simplemente los saludábamos y nos sentábamos debajo de un flamboyán a comer mangos frescos que nos ofrecía Argelia, una señora que procedía de Güímar.

Carmelo era un hombre de carácter, pero aglutinador. Cuando pienso en él, me lo imagino en la imprenta que tenía en la sede de la Asociación. Todos esos documentos, y ese olor tan característico, a la tinta, me traen a la memoria épocas pasadas y maravillosas. Le estaré siempre enormemente agradecido por la dedicación y el cariño que me profesó. Después de lo que conté hace unas semanas en este mismo periódico sobre el temporal que me alcanzó en el centro de Cuba, Carmelo hacía todo lo posible por acompañarme siempre en mis viajes a la Isla. Sabíamos dónde vivían los canarios nativos, casa a casa, provincia a provincia, rincón a rincón, palmo a palmo.

En una ocasión, Adán Martín le preguntó en un almuerzo a Carmelo que cuántos hijos tenía. Él le respondió: "Tengo dos, uno en Miami y otro aquí en Cuba, y cuando este viene (señalando para mí) entonces tengo tres porque a Efraín cuando viene lo adopto como hijo". Carmelo dejó una inmensa huella en mí y me queda la enorme satisfacción de haber luchado para que le otorgasen la Medalla de Oro de Canarias, un reconocimiento más que merecido.

Hasta siempre Carmelo.

*Vicepresidente y consejero del Área de Empleo, Comercio, Industria y Desarrollo Socioeconómico del Cabildo de Tenerife