Antaño, cuando no existían conducciones de aguas negras en las viviendas, no había más recurso que arrojar sus inmundicias por los balcones, puertas o ventanas de las casas. Y para paliar esta sucia costumbre, se utilizaba la expresión de advertencia, a voz en grito, para que a los transeúntes les diera tiempo de ponerse a salvo de la lluvia de detritos. El caso es que aunque esta insana costumbre ya esté abolida, la expresión ha calado en el diccionario popular como un gesto de pillería perpetrado por algún vecino bromista, que aprovecha la ocasión para bañar materialmente a otra persona con la que guarde cierta animosidad o rencor por causas personales.

Siendo como somos habitantes de islas, el problema aumenta debido al progresivo incremento de la población, en la que una gran mayoría se limita a abrir el grifo y dejar que el agua malgastada corra hacia el desagüe, camino al insondable mar, cada vez más contaminado de basuras y plásticos que ya está dando indicios de alarma a los seres que viven entre sus aguas.

A nivel local, podemos decir que esta infraestructura es la que menos se considera como válida para abastecer a toda una población, pues si nos fijamos en las noticias tenemos que lamentar la considerable pérdida de las conducciones de los caudales hacia los depósitos municipales, en los que por el camino de ellas se pierde un porcentaje muy importante de líquido elemento, del que, esto es curioso, solo un 1% se considera potable al cien por cien. En cuanto al despilfarro de la misma, solo hay que visualizar el espectáculo de los barrancos estos días pasados, que no son sino una copia de los anteriores en que la meteorología se ceba con la orografía de las islas y por su condición irregular no les queda más remedio que evacuar sus contenidos a la cloaca en ciernes que supone el vecino océano.

En nuestro territorio insular, podemos argumentar una vez más, tras las lluvias pasadas que aún persisten, que si hacemos balance de nuestras obras hidráulicas, tenemos la cercana e inútil presa de Los Campitos y la inacabada del Río de Arico, a la que, por cierto, no he podido acceder por lo complicado del camino que conduce hasta la misma; y es esa falta de previsión la que hace que cada día se generen gastos onerosos en construir desalinizadoras de agua de mar, mediante el sistema de ósmosis inversa. Todo ello siempre que no sigamos contaminando las tres cuartas partes de agua de nuestro planeta, y del que formamos parte en muy alto porcentaje por nuestra condición de mortales.

Quizás sea prematuro hablar de ello, porque de la abundancia nace la propia dejación por administrar los recursos existentes, pero no cabe la menor duda que la vieja expresión del siglo pasado, como ejemplo de dejación, no es más que la advertencia de que estamos nadando sobre nuestros propios errores, que tendrían que ser subsanados desde los foros parlamentarios. O eso, o seguir volteando el cubo de detritos para arrojárselo a quién nos haga la menor gracia por su falta de iniciativa política, y volver al punto de partida.

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