El título de esa canción de Amaral se lo he dicho a mi mujer más de una vez. Y tengo testigos porque lo he dicho en público. No sé entonces por qué puede ser machista: no me veo a mi mismo excitando el machismo contra mí e invirtiéndolo todo. Salvo que sea por la indigencia simultánea de cultura, mundo y vida de ese sector ultramontano de populistas, separatistas y sanchistas con sus siempre infalibles "políticas de progreso". Propio de una izquierda intransitiva, subjetivista, de arrebatadas intenciones.

Amaral, El Canto del Loco, Loquillo, Melendi, Juanes están encartados en ese gran auto de fe, celebrado en tierras carlistas e históricamente punta de lanza integrista del Antiguo Régimen contra el constitucionalismo liberal (y en ello siguen), que ha impulsado el Gobierno de Navarra. Cuando se dijo que habían censurado esas canciones, ese Gobierno se revolvió porque ellos no censuraban (¿será porque no pueden?), que solo las utilizarían para que los adolescentes supieran que sus ídolos eran propagandistas de mensajes machistas, inminentes a la violencia sexista. Populistas e izquierdistas todo lo confían a la prohibición y la reeducación del pueblo (y la varita del gasto). Como es lo único que les queda, se ponen intensos y farrucos. Aún procesan reminiscencias leninistas, guevaristas, de la Revolución cultural china o Camboya del hombre nuevo, es decir una utopía de reeducación, de ingeniería social, a cargo de la casta política más cateta de la historia. Basta darse un paseo por Wikipedia para verificarlo. Que los más ignaros, monomaníacos, cerriles, personas unidimensionales pretendan construir un hombre nuevo es lo más psicótico (y apocalíptico) de este país.

Las fundadoras de grupos y teorías feministas, hoy vigentes, de las universidades americanas sin duda poseen solvencia teórica, que no afecta al feminismo acorazado, coactivo y totalitario expandido. Denuncia el psicólogo clínico canadiense Jordan Peterson el travestismo del feminismo: de querer hacer hombre a la mujer, a pretender ahora hacer mujer al hombre. Tanta negación biologicista no es más que ansia religiosa: revelación, fe ardiente y horizonte de redención. Tras la conversión (¡solo occidental!) a su evangelio de liberación. Con enemigos (como los nazis) marcados por una biología manipulada. Pero hay carencias más sangrantes. Lógicamente, a estas alturas, el feminismo no puede concebir ni aceptar bajo ningún concepto, y por eso calla, erotismo, poesía o romanticismo. Tampoco las emociones, las pasiones, la iconoclastia, la imaginación, incluso la ciencia, hecha ideología y panfleto. Pero su mayor odio es estético: a toda la belleza del mundo (Jaroslav Seifert).