La verdad es que no eran muchas las personas, mayoritariamente de edad avanzada, que acudieron el sábado a manifestarse frente al Tribunal Supremo y contra esta institución, que ha alcanzado el colmo del desprestigio en este cuarto de hora. También pude escuchar gritos y leer duros cartelones contra la banca, contra los políticos, casi contra el sistema. Era la España de los jubilados, que allí no llegarían al millar, pero que representaban a muchos más sin duda. Y con Pablo Iglesias y Alberto Garzón intentando capitalizar el descontento, ante el fastidio de alguno de los presentes, con quien hablé, por esta ''okupación'' de la pancarta principal. Pero, mientras esta manifestación, ampliamente reproducida por los medios, discurría por el centro de Madrid, otras películas, subterráneas, se desarrollaban en teléfonos rojos y despachos de partidos. Tampoco es que se haya detectado, esto también es cierto, un gran rechazo popular ante el hecho de que, precisamente en relación con la Justicia y con la llamada clase política, las maniobras orquestales en la oscuridad hayan proliferado este fin de semana en busca de un ''consenso político'' para copar el puente de mando de los jueces, el Consejo General del Poder Judicial. Cuyos veinte representantes responden a un pacto entre PP, PSOE y puede que el propio Podemos, cada uno de los cuales pretende colocar a magistrados ''afines'' a su ideario político. Este lunes acaba el plazo para hacer pública la lista de esos magistrados, y antes del 4 de diciembre debería estar designado "el hombre o, más probablemente, la mujer, que, sustituyendo a Carlos Lesmes, presidirá el gobierno de los jueces", según me dijo un magistrado que sabía lo que se estaba cociendo. Y, de paso, presidirá ese Tribunal Supremo ante el que se manifestaban el sábado esos cientos de personas que mayoritariamente eran, o parecían, jubilados. Bien, pues ese nombre "de consenso" ya está perfilado. ¿Y ahora? Claro que el nombre de esta mujer u hombre que mandará (y mucho) sobre el tercer poder del Estado responde a ese pacto alcanzado entre partidos que, sin embargo, nunca se ponen de acuerdo para otras cuestiones tan importantes para la buena marcha del país. Solamente Ciudadanos ha rechazado figurar en el ''pasteleo'' (definición de un dirigente del partido de Albert Rivera) que, de una manera clara, incide contra esa separación de poderes tan cacareada por nuestros gobernantes. Pero, ya digo, la protesta ciudadana va por otro lado, porque en España no existe demasiado afán por la pureza democrática, ni parece angustiar demasiado el respeto por las cosas de Montesquieu. La protesta se centra, en este cuarto de hora, contra ese error supremo sobre quién ha de pagar el ''impuesto hipotecario''. Contra la banca, contra ''los políticos'', así, en general, y contra las instituciones, también en general. Y Pablo Iglesias, mientras Sánchez viaja a las Américas, mientras Casado y Rivera se dejan la piel tratando de que no se consume el ''fatum'' electoral en Andalucía, Pablo Iglesias, digo, trata de ponerse al volante del descontento popular, como de regreso al 15-M, pero ahora, en vez de con los jóvenes y en la Puerta del Sol, con los jubilados o gentes en edad de cuasi jubilación, ante el Supremo, en la plaza de la Villa de París. Y es que los jubilados, que son cada vez más, al menos en términos de edad, también votan, y ya no es tan, tan seguro que las gentes mayores de sesenta y cinco voten masivamente al Partido Popular. La última encuesta conocida sugiere que no solamente el PSOE, sino también Podemos, se benefician del apoyo de "los mayores". Un empate emocionante -si no nos hubiese sumido desde hace tres años en esta maldita crisis política entre "las derechas" y "las izquierdas", como tanto le ha gustado repetir al hombre que hoy ocupa La Moncloa y que, lo que son las cosas, dicen los sondeos que, dentro de la impopularidad general, es el político más popular en este cuarto de hora. Acuérdese, como les decían los romanos a los aurigas vencedores, de que es mortal. Y de que la popularidad, en las encuestas, dura lo que dura, ejem, y que se lo pregunten, si no, a Albert Rivera. Y a la España de los jubilados, que es una de las cien Españas que te ponen el corazón aterido.