Ya no me cabe la menor duda. Nos toman por imbéciles. La clase política de este país considera que los ciudadanos son una masa heterogénea de necios incapaces de articular un pensamiento coherente. Pedro Sánchez ha anunciado a bombo y platillo que "nunca más los españoles pagarán" el impuesto de actos jurídicos documentados que se cobra en las hipotecas. De mil quinientos a dos mil euros de media. España es el país de Europa que más cobra por este concepto. ¿Se ha eliminado el impuesto? No. El Gobierno dice que lo pagarán los bancos.

Nos toman por idiotas. Porque hay que serlo -y mucho- para pensar que las entidades bancarias no van a repercutir con carácter inmediato los costos de esa nueva carga fiscal sobre el crédito que les vamos a pedir. Parece que no nos enteramos: los ciudadanos vamos a las entidades bancarias a pedir dinero y nos los dan en las condiciones y con los intereses que ellos quieran. Y o lo aceptas o ajo y agua.

La única manera en que los ciudadanos dejarían de pagar ese impuesto es si el Estado decide eliminarlo. Pero eso es difícil que ocurra. Porque pese a la demagogia, a la hipocresía y a la manipulación mediática de la clase política, todas las administraciones públicas están a lo mismo: recaudar a mansalva para mantener el chiringuito.

Los bancos fueron en su día un lugar en donde la gente dejaba su dinero y recibía unos intereses por hacerlo. La gente le prestaba el dinero a los bancos y ganaba unas rentas. Pero todo ha cambiado. El ahorro ya no permite vivir a nadie y las entidades bancarias han cambiado del depósito a la inversión y se han transformado en grandes especuladores en bolsa o en inversores estratégicos de grandes fondos. Aún así el crédito sigue siendo parte de su negocio. Pero sobre la base de garantizarse la menor cantidad posible de riesgos. No es ninguna novedad. Los seguros -otra de sus divisiones- funcionan exactamente igual: aumentando las cuotas de los clientes sin siniestros se cubren los costos de los que cuestan dinero. En esas complejas redes de negocio somos nosotros los que pagamos los créditos de otros; los siniestros de otros y los beneficios de quienes se encargan de organizar el tinglado.

Tras el bochornoso espectáculo de un Tribunal Supremo enfrentado contra sí mismo, con jueces que interpretaron una confusa ley de una manera y luego de otra y luego de la anterior, se ha producido la madre de todas las demagogias. Al olor de la sangre todos los tiburones del espacio político se han lanzado sobre la carnaza: ¡una vergüenza lo que les han hecho a los pobres ciudadanos! Y al final, aparece el gran depredador. El Gobierno, que viene a dar su gran dentellada sobre el cadáver de las hipotecas. No nos quita el impuesto. Le dice a los bancos que lo paguen en nuestro nombre y que nos lo cobren después con intereses. Oye, muchas gracias.