No sé ustedes, pero yo desde que tengo un nuevo Estatuto -peludo, suave, tan blando que se diría todo de algodón- es como si hubiera crecido dos centímetros. No quepo en mí. La ropa ni me sirve. Pero no estoy más gordo, en realidad estoy hinchado porque me siento henchido.

Con el nuevo Estatuto resulta que los políticos están a tiro de arma corta, porque no están aforados (una decisión aplaudida en las calles por las masas enfervorecidas ). Y además puedo tener quince nuevos diputados en el Parlamento regional, que se puede disolver cuando sea necesario para convocar elecciones y elegir otra vez a los mismos setenta y cinco ilustrísimos. Y que todo el mar que rodea las Islas es mío y de Costas y de los pudientes que pueden tener yate. Y que a partir de ahora seremos más iguales, se acabará la pobreza y la exclusión social. Vamos, que yo no sé como no se había aprobado antes ese texto que va a solucionar los problemas de las Islas.

En realidad, el Estatuto es un poco endogámico. Está hecho por los partidos políticos y mayormente para la política. Por eso tiene mucha más literatura que realidad. Pero tiene una cosa buena para ese pueblo feliz e ignorante que apenas si se ha enterado del parto: lo nuestro es nuestro y lo de los demás también. Fin de la cita.

Desde la llegada de la democracia y nuestra integración en la Europa comunitaria, el modelo canario se ha especializado en la captación de recursos. Con carita de no romper un plato le sacamos al Estado mil y pico millones de euros para pagar el sobrecosto de la producción de energía eléctrica en las Islas, cuatrocientos millones para los billetes aéreos y el transporte de mercancías, más subvenciones europeas al plátano en especial y a la agricultura en general, a la exportación y a no sé cuántas cosas más. Pero como en las Islas recaudamos mil quinientos millones de euros por impuestos indirectos -el famoso IGIC- que van a parar a nuestra propia cartera, un día se mosquearon en Madrid y nos dijeron que a freír puñetas y que parte de ese dinero se iba a descontar de lo que nos daban. Y como eso coincidió con la llegada de la crisis económica y los recortes del Gobierno de Rajoy, nos cayó la mundial y empezamos a caer en picado.

Lo que se ha logrado ahora es que nuestro dinero sea intocable. La recaudación de los impuestos canarios es para nosotros. Pero se mantienen las ayudas del Estado y la financiación ordinaria que los funcionarios de Madrid distribuyen entre todos los territorios para mal pagar la sanidad, la educación y los servicios sociales. O sea, que mantenemos la manguera enchufada e impedimos que a algún tolete que aterrice en un ministerio le dé por pensar que somos como el resto de los contribuyentes.

Ese milagro se debe sencillamente a que durante una legislatura el Gobierno del PP necesitó votos de los nacionalistas canarios para tener mayoría. Amor con amor se paga excepto en la política, que se paga con los presupuestos.

Pudiera plantearse que tiene muy poquito sentido que unas islas gobernadas por nacionalistas desde que Franco era corneta sigan apostando por un modelo de dependencia exterior. Pero de momento nos va de película con un moderado victimismo que además, en estos tiempos de rupturas, sediciones y rebeliones territoriales, pone en valor nuestra lealtad constitucional. Para que luego digan que somos tontos. Contigo pan y cebolla, mientras sigas pagando.

Para terminar la faena solo falta el descabello. Que nos permitan dedicar el superávit del presupuesto a mejorar los servicios públicos en las Islas. Fernando Clavijo no ha podido traer de Madrid ese rabo, aunque se trajo las dos orejas de todos los convenios que estaban pendientes. Pedro Sánchez tiene un problema porque tiene que gastar más dinero por un lado y cumplir con Bruselas por el otro. Por eso quiere que el ajuste del déficit lo hagan las comunidades autónomas, exceptuando claro Cataluña y el País Vasco, porque necesita sus votos en el Congreso (recuerden lo de las matemáticas). Por ese pequeño detalle y porque el voto de los canarios no le resuelve nada, probablemente no lo consigamos.

Pero a mí me da igual. Yo con el nuevo Estatuto estoy que me salgo. Y si el mundo se hunde, hay moción de censura en La Laguna, Italia se carga la zona euro, Trump acaba con el libre comercio y el "brexit" nos deja sin turistas británicos, me lo como. En la edición de tapa dura, que alimenta más. Aunque no me pueda comer el título segundo, que habla del Parlamento. Porque a mí el pescado me sienta como un tiro. Especialmente besugos y bernegales. Digo, medregales.