Estoy clara y terminantemente a favor de la liberalización del consumo de marihuana. Como estoy igual de a favor de que quien quiera pueda darse un atracón de colesterol metiéndose una docena de donuts. La libertad de las personas sobre sí mismas no tiene más límites que su estupidez o las acciones que puedan afectar a los demás. O sea, fúmate un porro, pero no lo hagas delante de alguien a quien le moleste el humo.

Hay una sola cosa que une a los conservadores y comunistas, a los socialistas y a los democristianos y en general a todos los partidos políticos de las democracias más desarrolladas: el desprecio olímpico que sienten por la libertad individual. Las izquierdas o las derechas siempre han considerado al ciudadano con fines utilitarios. Los comunistas como una simple pieza social y los capitalistas como una unidad de producción. En los dos casos, irrelevante, ya que solo adquiere su valor y su plenitud como miembro al servicio de un colectivo.

Las personas son perfectamente etiquetadas nada más nacer. Dotadas de un código de identificación son incorporadas al sistema para convertirse en piezas de un engranaje. Durante toda su vida serán observados para vigilar sus gastos y sus gustos, su consumo y su capacidad para generar valor adquisitivo. Los gobernantes le prohibirán una multitud de cosas, distintas en función del lugar en el que viva. Le estará vedado, por ejemplo, interrumpir un embarazo, disponer de su propia vida o intentar eliminar el nombre y el número con el que se la identificado. Desde la cuna a la tumba será tutelado por ese Estado paternal que te asegura, falsamente, que se ocupará de ti cuando ya no puedas valerte por ti mismo. Una falacia que han comprobado miles y miles de ancianos abandonados a su soledad.

El Estado, que comercializa drogas legales, no está dispuesto a permitir la competencia. Además es un camello bondadoso que antes de venderte una cajetilla de tabaco te advierte que puede matarte de mil formas horrendas o te informa de los peligros de beberte una botella de ron y ponerte a conducir. Pero ingresa sin ningún pudor millones de euros con los impuestos especiales que aplica al consumo del alcohol y el tabaco.

El debate sobre la legalización de la marihuana -y de otras drogas- es muy viejo. Y como el Guadiana, aparece y desaparece misteriosamente. Ahora parece que vuelve. Las drogas, legales e ilegales, son sustancias que producen estados placenteros en el ser humano. Pero tienen un coste físico o mental. El abuso en el consumo reiterado produce adicción, como ya ocurre con el alcohol y el tabaco. Si se permite el cultivo, la venta y el consumo de la marihuana, será porque el Estado entra en el negocio. No será por el respeto a la libertad de los ciudadanos, sino porque se creará un nuevo negocio y más impuestos. Para que luego digan los neocomunistas que el libre mercado no tiene cosas buenas.