Aplicando los sabios consejos de Manuel Artiles, que se ha metido a cocinero, la banca nos ha dado una perfecta receta para las papas guisadas. Porque la papa, de por sí, es dura. Y para que se ablande y se pueda comer hay que meterla en agua muy caliente hasta que coja su punto.

El caso de las trescientas viviendas de Añaza parece eso. Una receta de cómo preparar un plato para el consumo. Cuando salta a los medios la noticia de que se va a producir el desalojo de no sé cuántas familias que van a ser desposeídas de sus viviendas, se produce una reacción de rechazo. Una malvada entidad bancaria quiere vender unas viviendas a un fondo buitre. ¡El colmo! La indignación prende un fuego intenso en el ánimo de la gente. El ayuntamiento y el Cabildo, con legítimo cabreo, salen al paso y amenazan con retirar sus fondos si la entidad bancaria no les da información de qué está pasando. Las asociaciones antidesahucio se activan. Los medios de comunicación, conmovidos, ponen su foco en los rostros desesperados de los vecinos.

Por el camino se quedan sin respuesta un montón de interrogantes. ¿Qué hacen unas viviendas sociales en manos de una entidad bancaria? ¿Qué es lo que va a hacer un fondo buitre con trescientas viviendas en Añaza: un palacio de congresos, un hotel de lujo con spa para millonarios suecos o pisos de lujo para viviendas vacacionales que se anuncien tal que: "Viva una experiencia fascinante: una semana de vacaciones para millonarios en un barrio deprimido"?

Por el camino nos enteramos de que la responsable de vivienda de la Comunidad Autónoma ya se había entrevistado con representantes de la entidad bancaria. Es decir, que la información que estaban pidiendo las autoridades locales ya las tenían las autoridades regionales. Se nota que se hablan poco. Pero tranquilos, que llegamos al final de la historia. Las papas, flotando en el agua burbujeante de la cocina mediática, ya están hechas. Cuando la noticia llega al paroxismo, la entidad bancaria "cede". ¿Cómo es esto? Pues están dispuestos a vender las viviendas al Gobierno de Canarias. Un final feliz. Lo que iba a terminar en manos de unos depravados especuladores neoliberales va a terminar en el acervo humanitario del patrimonio canario. Va a resultar muy difícil que nadie en su sano juicio le ponga objeciones a una actuación tan socialmente necesaria.

Salvando las distancias entre el ladrillo y las olas, esto es como lo del "Aquarius". Una perfecta operación del "kit" de maquillaje de la señorita Pepis. El mismo Gobierno que recibió a los seiscientos náufragos a la deriva que esperaban un puerto amigo, que desplegó carpas y personal de asistencia con la diligencia de una ONG, una vez se apagaron los focos de las televisiones y el circo mediático, procedió a negar el mismo tratamiento a otras tres embarcaciones con otros tantos emigrantes desesperados. El mismo Gobierno que recibió con los brazos abiertos a los desesperados refugiados, procedía a la devolución en caliente de personas que acudían con la misma esperanza.

Nadie parece percibir que la venta de las viviendas a la Comunidad Autónoma de ninguna manera puede garantizar que las mismas personas que las ocupan sigan en ellas -al menos en todas ellas- porque hay otras familias en lista de espera para acceder a una vivienda de protección que tienen los mismos o mayores méritos -o necesidades- para ocuparlas. Y nadie se ha preguntado si el hecho de que un parque de viviendas en manos privadas que termina adquirido por las administraciones públicas, tras el escándalo producido por el aviso de desalojo, constituye un precedente que abre una puerta para que otros promotores o propietarios se apunten a seguir esa vía.

Estamos consagrando, en este caso y en tantos otros, el principio de que quien hace ruido consigue retorcer la realidad a su conveniencia. La protesta y la presión convierten lo extraordinario en ordinario y pliegan la norma a la urgencia. Da igual que uno se quede con la sospecha de que se está comiendo un plato que ha sido cocinado con prodigiosa habilidad. Las papas estaban muy ricas. La receta, esta vez, ha funcionado a la perfección y bien está lo que bien acaba. Si escribo esto, fascinado por la habilidad gastronómica de la banca, no es porque no me coma las papas como un obediente comensal -como todo el mundo-, es simplemente porque aunque ya vengo tonto de fábrica no me gusta que me traten como si fuera.