Uno pensaría que para los medios de comunicación y para la sociedad en general, los números tienen un valor absoluto. Es decir, que diez muertes son diez veces peor que una. Pero no es así. Lo cercano siempre es más trascendente que lo remoto. La muerte de un familiar es una tragedia, la de un amigo una desgracia, la de un conocido una pena y la muerte de alguien anónimo, que escuchamos en la televisión o la radio o leemos en los periódicos, es una curiosidad. Existe un factor de proximidad en la relevancia que le damos a las vidas.

El feminismo, comprometido con la causa de las mujeres, y los medios de comunicación sensibilizados ante una situación inaceptable, han logrado, en estrecha alianza, mentalizar a toda la sociedad y cambiar las leyes en torno a la violencia de género, que arrebató la vida de cincuenta y seis mujeres el año pasado. Salvar una sola vida ya merecería todos los esfuerzos que hagamos para ello y los recursos que se dediquen. Y ese esfuerzo, que es reciente, nos ocupa y nos preocupa en una dolorosa batalla que sin duda se acabará ganando con el tiempo si queremos ser una sociedad mejor.

Pero existen también otras vidas que corren peligro en un mundo bipolar, más solidario y responsable que nunca y al mismo tiempo más violento y egoísta. ¿Saben ustedes que el último año del que se tienen cifras oficiales murieron en España 3.600 personas que decidieron arrebatarse su propia vida? Sobre las personas que se matan a sí mismas, víctimas en muchas ocasiones de una soledad insoportable o una depresión sin retorno, hay una especie de ''pacto de silencio'' en los medios de comunicación. Se nos dice que contar un caso provoca el afán de imitación de otros potenciales suicidas. Y siempre me ha llamado la atención que ese ''factor de imitación'' sólo se valore para los casos de quienes se quitan la vida a sí mismos y no en el de los conductores que van en dirección contraria o los asesinos que fríamente se llevan por delante a sus parejas.

Hay campañas para evitar las muertes de tráfico y un despliegue de medios técnicos y humanos para evitarlas. Hay legislación que prohibe el consumo de tabaco en lugares donde se perjudica a fumadores pasivos y se toman medidas disuasorias y publicitarias para explicar los riesgos potenciales del tabaco para la salud. Pero nunca he visto a ningún departamento de la administración, a ningún grupo organizado, promover medidas y campañas para rescatar de la depresión a esos seres humanos que deciden un día quitarse de en medio.

Cada vez hay más personas que se enfrentan a una terrible soledad en una sociedad donde las reglas de juego han cambiado. Una soledad y un abandono que no saben gestionar. Esas casi cuatro mil vidas que perdemos cada año no tienen eco. Son muertes sin publicidad, que parecen no importar a nadie.