Por primera vez en su larga e intensa existencia incumplirá un compromiso y mañana faltará a una cita en la ciudad de Erevan, a la que fue invitado por el presidente Enmanuel Macron. Su anunciado concierto se tornó en un sentido homenaje a un europeo que compartió amores y luchas con su Armenia de origen y con la Francia que le acogió con los brazos abiertos. Tan comprometido con la denuncia del genocidio armenio como del horror nazi, Charles Aznavour (1924-2018) fue, por encima de todo, un espejo de patriotismo y un demócrata sin fisuras. Creció entre los grandes -Edith Piaf, Yves Montand, Serge Gainsbourg, Gilbert Becaud, Jacques Brel y el impar Georges Brassens- de los que, alguna vez, fue telonero y después, y para siempre, fraternal colega. Compositeur pour les autres -Eddie Constantine, Georges Ulmer, Juliette Greco- su primer éxito como intérprete llegó en 1953 con «Sur ma vie» y, desde entonces y al margen de estilos, se codeó con los nombres más relevantes de la música francesa: Dalida, Claude François, Eddy Mitchell, Julien Clerc, François Hardy Jacques Dutronc, Sylvie Vartan, Johnny Halliday y Mireille Mathieu.

Tuvo también una estrecha y continuada relación con el cine, con setenta títulos y diversos grados de protagonismo en los que demostró, pese a su pequeña estatura y apariencia frágil, valiosos registros y una prodigiosa sensibilidad para transmitir emociones que explotaron, con oportuna visión, directores tan diferentes como François Truffaut y Volker Schlöndorff, Claude Chabrol y Aton Egoyam.

Octubre abrió con su inesperada muerte -había actuado dos semanas antes en Osaka- y, entre los retazos de la admirada memoria, en la noche de Breña Alta nos situamos entre las luces y sombras de la década más intensa y paradójica del siglo XX, y recuperamos, en las localidades más baratas del Olympia parisino, la inolvidable actuación de una figura mínima que, bajo un foco cenital, se transfiguró en un gigante poderoso, profundo y tierno que decía cosas tan bellas como "debajo de un quinqué la mesa del café feliz nos reunía, hablando sin cesar, soñando con llegar?" en la bohemia, "la flor de nuestra edad", para la despreocupada juventud que, para su bien, no conoció entonces ni conoce ahora el plazo y el precio de los sueños.