Otros vendrán que bueno te harán. Qué sabio es el refranero español. Porque mira que se criticó a Mariano Rajoy por su tendencia al ostracismo mediático. Al presidente del plasma no le gustaba comparecer en el cuerpo a cuerpo ante los medios y utilizaba las ruedas de prensa sin preguntas o la argucia de una pantalla de plasma que le evitaba estar de cuerpo presente. Y le dimos caña que no está escrito.

Pero en muy poco tiempo de gobierno, el presidente Pedro Sánchez lleva camino de superar a Rajoy en el rechazo de todo lo que tenga que ver con los canallescos medios de comunicación. El presidente lleva dos meses con alergia a cualquier comparecencia pública ante la prensa de su país y solo se ha dejado caer en ruedas de prensa internacionales en sus viajes a lo largo y ancho de este mundo. El rechazo se entiende perfectamente después de haber soportado las dentelladas de su tesis, de la que se ha dicho que fue copiada, hecha por otros, plagada de errores y desde luego muy mediocre. Poner tierra de por medio con las incomodidades caseras es un alivio.

El silencioso periplo de Sánchez coincide con algunas declaraciones de la vicepresidenta, Carmen Calvo, señalando que el Gobierno se está planteando la "regulación" jurídica de los medios de comunicación. O sea, dicho en román paladino, ponerle un bozal a los perros de la prensa. He aquí que la "espantada" internacional del presidente, huyendo del fuego, podría concluir en la necesidad de blindar a los políticos del escrutinio despiadado, feroz y a veces injusto de los medios de comunicación. Lo que nos lleva a la triste conclusión de que podremos terminar añorando la libertad de expresión de los tiempos de la "ley mordaza" de Rajoy. Quién se lo iba a pensar.

Echando mano del perfecto manual del gobernante, Moncloa está dejando enfriar el caso de las titulaciones de Sánchez. Lo han mandado al congelador, con los calamares, la empresa de Pedro Duque y las grabaciones de Dolores Delgado. Si no se echa más leña el fuego acaba por consumirse por falta de combustible. La oposición intenta soplar en las brasas para que se reaviven las llamas y el PSOE enfría el ambiente para apagarlas. Lo que pasa es que la retirada estratégica del presidente Sánchez coincide con una crisis de Estado causada por Cataluña. Y uno no se embarca en un frenesí de viajes cuando tiene un incendio en casa.

La transustanciación de Sánchez en otra cosa no es rara para un inquilino de la Moncloa. Les ha pasado a todos los presidentes españoles que ocuparon esa residencia: entraron como personas y salieron como pequeños dioses (tal vez con la excepción de Calvo Sotelo, que ya entró así).

Lo que asombra en este caso es la velocidad a la que se ha producido la mutación del carácter de Sánchez y la aparición de síntomas de una progeria mediática que se corresponde con los últimos estadios en una prolongada Presidencia.

La alquimia del poder siempre ha tardado cierto tiempo en convertir a un tipo normal en un gobernante altanero, pero el actual está haciéndolo en cuestión de meses. No entrevistarse con el presidente de todos los canarios y sí con el secretario general de su partido, en su fulgurante visita a Lanzarote -por un homenaje a Saramago- va mucho más allá de la estrategia electoral: es una falta de respeto institucional y una muestra de sectarismo político inaceptable. Los partidos se tiran los trastos a la cabeza y allá ellos. Pero las instituciones no son suyas; son nuestras y no deberían ser manoseadas por los intereses de cada uno.

Estamos en campaña electoral. Es normal que Ángel Víctor Torres pierda las nalgas por salir en las fotos con el presidente. Pero Sánchez no ha venido a Canarias como representante del PSOE sino del Gobierno de todos los españoles. Tendría que haber recibido al presidente Clavijo aunque fuera para acordarse de su abuela a puerta cerrada. Y conceder un encuentro a los medios de comunicación de las islas. La democracia son las formas, aunque esta hornada de jóvenes y prepotentes políticos las desprecien. Una vez más Sánchez se ha pasado el respeto por ese lugar donde la espalda se llama de otra manera. El sabrá lo que hace.