Es el término que nos obsequió don Paulino Rivero, el pasado lunes, en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. Lo hizo durante una disertación que nos ofreció en dicha entidad versando sobre el nacionalismo. Conferencia de viva voz, sin soporte de papeles, cosa que a mí me agradó (me hizo recordar a don José Carlos Mauricio en el Congreso) y que, en el coloquio, don Alfonso Soriano se lo reconoció.

"Canarizar" es, al decir de don Alfonso O''Shanahan, en su Gran Diccionario del Habla Canaria, "Naturalizarse canario, hacerse a las islas, sus costumbres y su cultura". Y don Paulino empleó dicho término como una llamada necesaria a la ampliación del sentir canario, no solo de la sociedad sino fundamentalmente de los partidos políticos en Canarias que forman parte de la estructura estatal de los mismos. Y ello para afrontar "el desprecio y el desdén con que los gobiernos centrales tratan a esta comunidad cuando los votos nacionalistas canarios no les son imprescindibles".

La verdad es que, creo, no le falta razón. Está constatado a lo largo del tiempo. Pero es un asunto complejo. Los diputados y senadores elegidos en Canarias supongo que tienen asumido ese compromiso con la tierra a que se deben y que les encumbra a la dignidad de representar al pueblo canario. Y ha sido complejo cuando eran solo dos partidos los de estructura estatal (PP y PSOE). Cuanto más complejo será cuando la desafección política de los ciudadanos ha dado lugar a la incorporación al ruedo político de otras organizaciones que han extendido el albero.

Otrora, cuando las ideologías políticas lo eran, había políticos de dignidad probada y no parece que se hacía necesario el concepto que nos ha obsequiado don Paulino. Las organizaciones que pretendían algo así siempre fueron absolutamente minoritarias. Ha sido la decadencia y el desprestigio en que, con posterioridad y por su quehacer, fueron incurriendo aquellos partidos tenidos por importantes, incluso el nacionalismo, los que han propiciado la eclosión de otras tendencias "transversales" y/o "populistas" que hacen mucho más difícil aglutinar aquel sentimiento identitario.

En los albores de nuestra democracia, los políticos eran miembros de la sociedad que se ganaban la vida con sus actividades profesionales y se entregaban por un tiempo a la política como servicio a la incipiente democracia y al pueblo que los legitimaba. El insondable paso del tiempo ha traído a la política personas que han hecho de ella su forma de vivir, y la puñaladas se dan a diestro y siniestro con tal de permanecer o alcanzar un puesto en la misma para garantizarse el plato de alubias o la mariscada. Y así ya no valen sentimientos identitarios. Es la ley de la selva.