Era el apodo por el que era conocida mi familia paterna en su tierra natal, en Torredonjimeno (Jaén). Venía desde mis bisabuelos y creo que aún hoy en día siguen conociéndolos por ese mote. Era una familia muy extensa que con los años se ha triplicado y repartido por varios lugares de la península. El origen de ese alias proviene de la dedicación laboral de mis bisabuelos, que fueron panaderos, pero no sé si actualmente algún pariente sigue regentando aquella panadería, pues aunque he intentado indagar no he logrado averiguarlo.

Mis lectores perdonarán que dedique estas líneas a un tema tan personal, pero es que los años hacen que uno recuerde más cosas de la niñez y de sus antepasados, sobre todo habiendo dejado tan joven aquellas tierras y habernos criado más con la familia materna aquí en Canarias. Evocar aquellos recuerdos te hace analizar cómo ha cambiado la vida, para bien o para mal.

Transcurrían los primeros años de la década de los cuarenta cuando mi padre decidió pedir el traslado a su tierra natal. Llegamos al pueblo con un frío que pela, y tuvo que repartirnos en casa de unas tías, donde residimos hasta que consiguió una vivienda. La familia de mi padre estaba compuesta por varios hermanos, pero me centraré en Teresa, Juliana y Juan de Dios, porque fueron con quienes más convivimos. Al llegar a Jaén nos encontramos con nieve en las calles, en los campos de olivos, en los árboles de los parques y jardines?, una estampa preciosa pero un frío que se colaba hasta la médula.

Teresa, su marido (apellidado Ramas) e hijos se fueron a probar fortuna a Barcelona en plena Guerra Mundial, estableciéndose en Vic. Su hijo mayor, Antonio, junto a su mujer Amelia, se trasladaron a Madrid, porque él trabajaba con Agromán, importante empresa constructora de la época. Estuvo en Tenerife cuando se construyó el Hospital de La Candelaria, y su función fue colocar la tubería de fibrocemento para la aireación natural, trabajo que hacía por toda la península. Su hermana Lolita vivió con nosotros de adolescente, era una hermana más, y en un viaje a Barcelona intenté localizarla. Como no sabía su dirección fui al Cuartel de la Guardia Civil a preguntar, y me remitieron a una oficina de Olivetti -las máquinas de escribir-, donde encontré a su marido. Casualmente ella había viajado al pueblo a pasar unos días. Casi toda la familia se afincó en esa zona, pues a pesar de la situación tras dos guerras, aunque había mucha miseria, lograron un mejor bienestar.

Mi tía Juliana con su marido y un chorro de hijos se afincaron por Badalona. Era gente trabajadora y con mucho tesón, y en esa época había mucha necesidad de mano de obra, por lo que enseguida encontraron trabajo y salieron adelante y de penurias. Sus hijos se casaron y se volvieron más catalanes que los propios, por lo que desafortunadamente el contacto con ellos se diluyó en el tiempo.

De mi tío Juan de Dios de la Cruz, decían que era un hombre muy guapetón, y que las mujeres eran su perdición. Dejó a su familia e hijos en su pueblo y se lanzó al mundo artístico, pues era cantante de flamenco. Nadie cantaba los fandangos, las bulerías o las alegrías como él. Estando en Sevilla hospedados mi mujer y yo en el Hotel Colón en el año 66, tomando un refrigerio en la barra de la cafetería observé a un caballero con vestimenta de señorito andaluz, botas altas y sombrero grande de calidad. Resultó ser Juanito Valderrama, que era oriundo de Torredelcampo, población cercana al pueblo de mi padre. Le abordé con educación para preguntarle por mi tío, y casualmente lo conocía, así que se sentó con nosotros y nos contó muchas cosas. Lo apreciaba por ser una persona extraordinaria y porque cantaba como los ángeles. Había estado en su compañía, y en aquellos momentos andaba haciendo las Américas con la compañía de Lola Flores y Manolo Caracol. "Tiene un grave problema" dijo, "las mujeres lo persiguen y él se deja querer", añadió. ¡Cualquiera sabe si no se quedó por allí! También conocía a mi padre pero no sabía que había fallecido. Lo lamentó y señaló: "Los Aguayo son gente seria".

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