El sexo es una de las mayores industrias del mundo, pero si un tipo llega a su casa esperando que lo reciba una muñeca como única compañera, por muy parecida que sea a una humana, y con el fin de tomar el té y charlar, la humanidad está a punto de irse al carajo. Haciendo un alto en la política, tengo que reconocer que anteayer se me empañaron las gafas al leer una noticia que tiene que ver con una siniestra manera de ejercer el fornicio que poseen siniestros personajes. De ejercer el fornicio y de convivir, claro. Hay dos modalidades: te puedes comprar una muñeca que cuesta un potosí y tenerla en casa, o puedes acudir a un prostíbulo como el que se inauguró hace poco en Barcelona y elegir entre todo un ramillete de mujeres de goma para darte gusto. Pero lo asombroso de esto es que si existe es porque tiene demanda. Y si el camino de la humanidad va camino de esto: ¡socorro!

Hoy nos encontramos con Samantha, un robot inteligente capaz de llegar al orgasmo. La noticia adelantada por la BBC cuenta que a una de estas muñequitas se la encontró maltratada y con piezas desencajadas. Y es que el maltrato machista ha llegado a la locura más si cabe. Samantha cuesta 18.000 euros. Pero los creadores de estas muñecas, en su delirio, han llegado a construir muñecas más inteligentes que requieren un trato romántico y preliminares y piropos al oído. Si la gomática mujer detecta en su algoritmo mental una actitud violenta y sus sensores perciben violencia, se negará a dar el gustirrinín deseado al cruel sonado de turno. Todo esto lo está diseñando un científico catalán de nombre Sergi Santos, que forma parte de toda esta industria al respecto y que cuenta con avales como el Life Science Center londinense. Y tal y como comencé, no sé en qué momento la humanidad empezó a irse al carajo, porque vaya partida de sonados, tú.

@JC_Alberto