Esa señal, "no tenemos wifi. Hablen entre ustedes", está en muchos bares españoles, es un signo de los tiempos que se repite por el mundo. El wifi alimenta la peor conversación ensimismada de la historia, la que ignora al otro y se centra en las luces del móvil.

Este síntoma de una enfermedad contemporánea daña la conversación humana e impone reglas que han cambiado el semblante de los usuarios.

Los usuarios del móvil se centran obsesivamente en informaciones que les vienen a través de las redes e ignoran incluso los peligros que les acechan en la realidad. Viven dentro de una fantasía de imágenes y palabras que les dictan desde algoritmos que los eligen para transmitirles publicidad o noticias falsas, que ellos degluten como realidades a las que deben prestar una atención desenfrenada.

Por eso aparece esa advertencia, "no tenemos wifi". Pero no hace falta: el wifi está incorporado a los teléfonos móviles, no hace falta utilizar las redes que nos asisten en bares u oficinas. El invento del móvil ha recurrido sucesivamente a resolver todas las dificultades de conexión, porque el negocio no reside en el móvil mismo, un objeto para comunicarse con llamadas, sino que se fabrica para que se compre, se ofrecen juegos que cuestan dinero, etcétera. El negocio está en el móvil, son negocios en gran medida fraudulentos, juegos que absorben la atención de las personas y son el principio de grandes fortunas y de insólitas ruinas. Cuatro grandes corporaciones del mundo están ingresando cantidades estratosféricas de dinero mientras que personas, empresas u oficios están hundiéndose en una penuria irresoluble.

A nivel individual la historia es grave. Ese ensimismamiento ha roto puentes entre personas; en las reuniones familiares, en los encuentros de pareja, en los espacios habituales de conversación, en bares, en plazas. Domina lo que uno está hablando con la maquinita, más que lo que podría hablar con aquel al que tenemos delante. En la calle, además, el individuo que va asistido de este adminículo ignora los peligros del tráfico y transita por la calle sin tener en cuenta que, aparte del dominio que él ejerce sobre el móvil, siguen moviéndose los coches y los autobuses y los trenes, que (como me ocurrió a mi en una temible ocasión) pueden arrollarle mientras él (yo mismo) se entretiene con cualquier noticia en cuyas redes ha caído.

Es habitual el uso y ya es general, afecta a niños, a adultos, a viejos, a cultos e incultos, y es un fenómeno triste de nuestra época. Interrumpe la educación y produce, también, mala educación.

Este es un caso que viví yo mismo: estábamos esperando a iniciar una tertulia de televisión. El invitado del día era un joven diputado local de Madrid. Llegó con su secretaria de prensa, hablando por el móvil. Se sentó en la sala de espera, con nosotros, sin pronunciar palabra, atento al móvil, al que se dirigía con frenesí. Cuando nos tocó el turno de acompañarlo en el estudio, siguió tuiteando o conversando por su teléfono, e incluso cuando le tocó responder preguntas de la directora del programa siguió utilizándolo como si estuviera adherido fatalmente a la vida exterior que venía por el wifi.

Cuando este muchacho dejó el programa, volvió a poner el móvil en la oreja o ante la vista, y se fue sin saludar. Este viernes se lo comenté a un compañero suyo en Mojácar, donde estoy ahora en unas conversaciones literarias. Cuando supo su nombre me dijo: "No está dotado para las relaciones humanas. Es tímido". Entonces, le comenté, qué hace ese chico en la política. Bueno, pensé yo mismo para contestarme, quizá ahora eso es la política, ignorar la conversación verdadera para centrarse en la conversación organizada desde la red que se administra desde el móvil.

Así que desconecten el wifi. Lo peor es que es el wifi ya va dentro de nosotros.