"Siempre he sido muy católico, un devoto permanente que no suelo fallar a ninguna procesión. Prometo que después de mi carrera política, en mi retiro dorado, donaré parte del dinero que bien me ha pagado el pueblo en reformar la parroquia y cuidar la talla de la virgen; voy a misa casi a diario y contribuyo con la comunidad". "Pero si nunca te he visto en el templo hijo, ni tampoco en las eucaristías, ¿vienes a redimirte?", responde el sacerdote. La droga del populismo no tiene edad, ni color político, pero es tan necesaria para seguir en la brega que se consume sin advertir de los peligros de un uso desmedido que acabe en sobredosis. Tanto la hemos comercializado en el mercado negro de la política canaria que no hacemos ni por escondernos, menos por legalizarla. Pocos se salvan de caer en su juego de seducción, y los que se desenganchan acaban defenestrados por el partido de turno. Es el momento del éxtasis de la estrella, de aprovecharse de los reductos del estado aconfesional para abofetear a los fieles que tienen que aguantar la demagogia en vena de los que se disfrazan de cofrades y monaguillos para hacer entender a la muchedumbre que "son como ellos". No hace falta gomina, ni corbata, mucho menos americana, no vaya a ser que se den cuenta que no representamos el nivel económico medio de nuestro electorado; el ritual consiste en abrazar al más viejo, darle un beso a la señora, y poner en práctica lo que tan bien expuso Ortega y Gasset en una de sus obras capitales. Sonríe, que esa foto inmortalizará la lucha por nuestras tradiciones, la canariedad y el apoyo a la clase trabajadora que hace realidad las fiestas de los pueblos. Con el control de las asociaciones de vecinos, caldo de cultivo de votos y cuna del intercambio extraoficial de favores, el terreno se allana. En el fondo los culpables no son los niños, son sus padres por no haberlos educado bien, y lo mismo pasa en la praxis política. Mediante el pseudocontrol permisivo y permitido de las hermandades, cofradías y colectivos, la jerarquía política dispone de espacios sociales e imaginarios para la propaganda, y no es algo nuevo, es un producto que se remonta, sin ir muy lejos, a la Restauración. Es otro ejemplo más del éxtasis de la estrella, de la importancia de un mecanismo de cohesión que hemos normalizado y asumido como algo cotidiano dentro de una sociedad que les sigue dando la razón, porque los ciudadanos son tan culpables como sus dirigentes. Para el caso de las asociaciones de vecinos y comisiones, que por otra parte son fundamentales para la dinamización de los barrios, se presentan como plataformas mercantilizadas para cantera de concejales. A manera de La Masía, La Fábrica o Lezama, construyen procesos educativos para pulir al avatar, eligiendo al más fanático del barrio para incluirlo en una plancha electoral que aglutine un buen puñado de votos y fagocite la estructura. No importa su nivel intelectual o nobleza, basta con llenar el saco de papeletas con las siglas de su partido. Hasta el momento, se ha demostrado que a ninguna formación política con representación le interesa articular mecanismos democráticos que eviten la politización de algo tan sagrado y necesario como las asociaciones de vecinos. Con sorpresa, me enteré de un extraño caso en la política canaria: el concejal de Puerto de la Cruz, Jonás González, declinó la invitación de la comisión de fiestas para ser pregonero de las fiestas de Punta Brava por entender que los políticos en activo no deben ocupar ni acaparar esos espacios. No sé si jugaría al fútbol como él, pero recordé a Fernando Redondo, cuando en septiembre de 2001 pidió a la directiva del AC Milán que le suspendieran el pago de su salario mientras no se recuperase de una lesión de rodilla. En este caso, y en el de la política, separar el populismo de la vida pública se antoja indispensable para aportar credibilidad a más de 30 años con el descrédito ganando por mayoría absoluta. De Ángel Cappa hablamos otro día.

@luisfeblesc