Como primera muestra de repulsa ante lo que está ocurriendo, me voy a negar a aprenderme los nombres de los ministros, ministras y ministres del Gobierno de Pedro Sánchez. Es un trabajo que no vale para nada, habida cuenta de lo que duran en sus carteras. El primero que cayó, Maxim Huerta, duró menos de siete días. Y la segunda, Carmen Montón, poco más de tres meses. En vez de ministros, ministras y ministres, parecen meteoritos, meteoritas y meteorites que surcan el cielo político y acaban disueltos en su choque con la atmósfera de los medios de comunicación.

Pedro Sánchez es, en política, un auténtico globo. Pero no porque esté hinchado de vanidad, como aseguran sus críticos, sino porque responde con precisión matemática a las necesidades de un aerostato. Cada vez que se pone en riesgo su estabilidad o parece que empieza a descender termina echando a alguien por la borda sin que le tiemble el pulso y sin descomponer el gesto. Aunque es de suponer que no le estará haciendo mucha gracia esto de que su primer gobierno haya tenido ya más agujeros que un queso de gruyere.

El fallecimiento político de Carmen Montón, la ya exministra de Sanidad, ha sido a causa de uno de esos máster de corta y pega que al parecer se conceden en Madrid como rosquillas. Es el mismo virus que tiene acatarrado a Pablo Casado. Y que terminará llegando a más personajes públicos, porque la lista de los títulos expedidos con falta de rigor por el hipermercado universitario afecta a políticos de todos los partidos, responsables sindicales y altos funcionarios.

Después de haberlo permitido absolutamente todo hemos pasado a no transigir nada. No digo yo que no esté mal. Pero esto de ir siempre de un extremo al otro resulta un tanto estresante. Un país no debería estar un día riéndole las gracias a Jesús Gil y a la semana siguiente discutiendo de filosofía con Immanuel Kant. Pero somos así. Qué le vamos a hacer.

Al ritmo que lleva la flota de Sánchez -dos tocados y dos hundidos- se puede quedar sin barcas, barcos o barques. La titular de Defensa, Margarita Robles, decidió hacer patinaje artístico sin hielo pegándose una leche "cum laude" al negarse a vender a los malvados saudíes unas bombas de precisión, sin caer en que nos estaban comprando varias corbetas. Se tuvo que tragar sus declaraciones sin anestesia. Como la ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, que legalizó un sindicato de prostitutas para declarar después que se la habían colado. Patinazos peligrosos.

Ahora mismo, el fuego ronda con su hocico dentado los bajos del propio Pedro Sánchez, sobre cuya tesis doctoral corren sombras de plagio. Un problema. Porque la solución de tirarse a sí mismo por la borda ya no le vale. Ahora se trata de aguantar y superar la "revolución de octubre" catalana. Pero la principal baza que el PSOE tenía contra Casado ya es historia. Están en empate técnico.