Ni el más acérrimo de sus detractores puede negar que Pedro Sánchez ha intentado por activa y por pasiva producir un acercamiento a los partidos independentistas catalanes. Sea por convicción o por agradecimiento -sus votos le hicieron presidente- desde su llegada a La Moncloa ha intentado cambiar las relaciones, empezando por el gesto de trasladar a los políticos presos a cárceles en Cataluña y acabando con su reciente y polémico ofrecimiento de un referéndum de los catalanes sobre su autogobierno, para votar un nuevo Estatut. Pero todo parece inútil. El secesionismo no solo no ha dado un paso atrás sino que aumenta la presión dialéctica y la vía de la confrontación. El próximo mes de octubre será un "otoño al rojo vivo" en las calles de Barcelona, donde se pretende realizar un enorme despliegue de masas por parte de las organizaciones por la independencia y la república. Vamos de cabeza hacia una nueva confrontación.