Entiendo perfectamente que se esté pensando en subir los impuestos. Alguien tiene que pagar los sueldos, dietas y desplazamientos de los diez nuevos diputados que los partidos políticos van a tener en el Parlamento de Canarias y cuyo concurso va a ser fundamental para realizar ese vital trabajo de preguntar por el número de gallinas camperas existentes en las islas.

Pero en el tema de los impuestos me pasa lo que al tipo que estaba en una orgía de tres hombres y veinte mujeres y que gritaba, la tercera vez que era abordado sexualmente por un colega, "a ver si nos organizamos". Es decir, lo que me preocupa es que siempre los paga la sufrida clase media.

El nuevo Gobierno socialista ofrece una preocupante muestra de desorganización y despiste. La ministra de Industria, Reyes Maroto, declaraba esta semana que no estaba previsto subir la carga fiscal del diésel. Y lo hacía el mismo día en que Pedro Sánchez declaraba que ese impuesto está previsto como ingresos en sus nuevos presupuestos. O sea, organícense. Tiene toda la lógica que lo pongan, porque la manera en que los gobiernos recaudan cantidades masivas de dinero es a través de los impuestos al consumo, que son los que menos se notan aunque sean los más injustos.

Por muchas milongas que nos cuenten, todos los impuestos que se establezcan van a caer sobre los trabajadores, pequeñas empresas, autónomos y clases medias, que son los que nutren las arcas públicas. Cualquier impuesto que se coloque a la banca -sobre depósitos o sobre transacciones financieras- se repercutirá de forma automática sobre los usuarios. Y todos los que se apliquen sobre los bienes de consumo llegarán finalmente, como desembocan los ríos en la mar, en los consumidores.

Lo que cabrea no es pagar más, que ya cabrea bastante, sino para qué. Ya trabajamos de media más de cinco meses al año para abonar a las diferentes administraciones los impuestos y tasas que nos clavan. Renta, consumo, inmuebles, radicación, basura, presentación de cuentas anuales... Pero descorazona que todo ese esfuerzo no vaya destinado a la prestación de servicios públicos sino al juego fatuo de la política. A a esos diez nuevos diputados que son un gesto nimio pero significativo de lo poco que les importan a nuestros políticos los esfuerzos que hace la gente por mantener la democracia. A esos gobernantes que para calmar a las fieras del independentismo catalán están dispuestos a inyectar dinero a mansalva en una comunidad que tiene ochenta mil millones de deuda y sigue descorchando el champán de una fiesta inacabable de embajadas, exiliados y fastos republicanos que al final van a terminar pagando el resto de los conciudadanos del país.

En Canarias no va a bajar el IGIC. Porque los impuestos, como los globos, tienen tendencia a subir y no a bajar. Y porque los mismos que quieren que bajen son los mismos que provocan que haya más gasto. Y no es cinismo. Es que nos toman por guanajos.