Me pareció magnífica la decisión de Pedro Sánchez de acompañar al rey en su viaje, este 17 de agosto, a Barcelona para estar allí recordando a las dieciséis víctimas mortales, y a los centenares de heridos, que produjeron hará ese día un año los atentados yihadistas en La Rambla de Barcelona y en Cambrils. Aunque, claro, es de temer que el recuerdo de esas víctimas vaya a ser lo menos importante, un mero pretexto, en la pelea política, tremenda, que tenemos planteada los españoles y, por tanto, los catalanes. Al presidente del Gobierno, que va a cumplir pronto sus primeros cien días en el cargo, hay que reconocerle este apoyo al jefe del Estado, como no podía ser de otra forma, en tiempos de especial tribulación para el ciudadano Felipe de Borbón y también, claro, para Felipe VI. El monarca, a quien en alguna ocasión me he atrevido a calificar como posiblemente el mejor que haya tenido la Historia de España, lleva al límite su prudencia, que solamente en una ocasión, el pasado mes de octubre con un discurso memorable, que tanto molestó a los independentistas, tuvo que dejar de lado. Habían ocurrido cosas terribles para la patria, como ese 1 de octubre en el que todos, los del lado de allá y el de acá del Ebro, cometimos muy serios errores. Era ineludible un mensaje de firmeza del jefe del Estado. El rey, entonces, que apenas dos meses antes había estado en la que antes era llamada Ciudad Condal para acompañar al president Puigdemont y a Rajoy -imagen irrepetible- en el dolor por los atentados, tuvo que jugar un papel decisivo. Algunos lo compararon a la irrupción de su padre en la televisión aquella noche nefasta del 23 de febrero de 1981. Pero no era lo mismo: el golpe de Estado que se gestaba en Cataluña, de la mano de Puigdemont, Junqueras y sus colaboradores, era diferente, tenía el respaldo de casi la mitad de los catalanes, al menos en teoría, y el Gobierno central no supo gestionar bien los contactos con ''la otra parte'', que, a su vez, mostraba claros indicios de fanatismo irracional. Ahora, utilizando aquella firmeza en su discurso como pretexto, el rey sufre ataques sin precedentes por parte de quienes, con el sucesor de Puigdemont, el archi extremista Quim Torra, tratan de establecer unilateralmente, olvidando a esa más que mitad de catalanes, olvidando otras muchas cosas, la república independiente de Catalunya. Un deseo imposible, que me parece que ya han comenzado a dejar de barajar no solamente los políticos catalanes presos, sino también esas ''organizaciones civiles'' como ANC u Ominum, que se van desmarcando de la protesta callejera amarilla que ellos mismos convocaron contra la presencia ''no invitada'' este viernes del jefe del Estado en un territorio que, como el resto de España, se ampara a la sombra de la Corona. He mantenido estos días conversaciones políticas muy interesantes fuera de España, y me consta el respeto generalizado hacia el actual rey, que de ninguna manera ha quedado salpicado por historias del pasado protagonizadas por su padre. Otra cosa es la influencia moral que todas estas historias, que tendrán que ser vistas por los fiscales, ejerzan en el ánimo del habitante, cada vez más solitario, de La Zarzuela. Es precisa una reacción generalizada en apoyo de Felipe VI, y también del ciudadano Felipe de Borbón. Y a Pedro Sánchez, ya digo, hay que incluirle entre sus méritos haber dado un paso decisivo en este sentido. Me gustaría que otros dirigentes políticos recordasen también que el hecho de que Felipe VI esté este viernes en La Rambla catalana, o en la plaza de Catalunya, en medio de una patenta división de opiniones, no es solamente un acto de valor del monarca, ni un hecho que deberíamos considerar excepcional: es el deber del jefe del Estado estar allí, llorando por unas víctimas de las que ya ni sus nombres, ay, se recuerdan. A ver qué hacen ahora el muy despistado Torra y quién sigue manejando sus hilos, a ver qué hace la siempre ambigua alcaldesa Ada Colau, a ver qué mensajes, conciliatorios o no, se lanzan desde las prisiones. A ver si son capaces de desmovilizar, entre todos, en aras del realismo, los días lamentables hasta la Diada y tras ella. Y luego, a seguir negociando, que puede que todos saquen, saquemos, frutos de esa aún casi ni iniciada negociación, pero que me parece que Sánchez y sus ministros tienen muy claro por dónde tiene que avanzar.