Al final somos un excelente, numeroso y productivo rebaño que va siendo llevado de diferentes maneras, que va siendo esquilado y ordeñado de distintas formas, unas agresivas y otras más dulcemente sutiles.

Las administraciones públicas conducen la manada con la pura fuerza de la coacción. Nos multan. Nos cobran impuestos por vivir en nuestras casas, por comerciar, por movernos o por comprar o vender. Todo lo que hacemos y consumimos está gravado por una carga fiscal obligatoria. Pero además, el rebaño está manejado por otros pastores menos evidentes que se encargan de estudiar nuestros hábitos de consumo y fabrican mensajes que nos estimulan para comprar un determinado producto. Entre las leyes y la publicidad, nos movemos conducidos a la fuerza o sabiamente estimulados para producir a la mayor gloria de la granja.

Hace muchos años los gobiernos decidieron fomentar el ahorro. Se crearon condiciones para que la gente decidiera guardar su dinero. Se aumentó la retribución de los fondos y se crearon desgravaciones fiscales a las "cuentas vivienda". Los jóvenes guardaron dinero para comprar sus casas y los promotores inmobiliarios se lanzaron a construir. Negocio redondo. Cuando explotó la burbuja del ladrillo, los mismos que habían conducido al ganado hacia el despeñadero se lavaron las manos. Los pastores se lamentaron -¡oh, ah, qué escándalo! ¿Cómo hemos podido permitir esto?- viendo el espectáculo de los créditos impagables, las deudas que explotaban y los saldos derruidos y se lanzaron sobre nosotros con las máquinas de esquilar para quitarnos la lana durante diez años, para pagar todo el descosido.

Hace también algunos años, algún cerebrín descubrió que la gran mayoría de las clases populares usaban coches de gasoil porque el combustible era muchísimo más barato que la gasolina y servía para hacer más kilómetros. Los coches de gasoil eran más caros, porque duraban más y alimentarlos costaba menos. Entonces el gasoil empezó a costar más. Se dieron cuenta del chollo y el precio del litro del combustible de los pobres se empezó a igualar al de las gasolinas. Porque hay que ordeñar. ¡Pero al ganado se le explica, faltaría más! Primero se justificó diciendo que a los combustibles privados se les cargaban tanto impuestos porque había que fomentar el uso del transporte público. Después llegó un mensaje mucho mejor: el del medio ambiente. Ese que debemos defender de los tubos de escape de nuestros coches aunque los quince barcos más grandes del mundo contaminan tanto como setecientos sesenta millones de vehículos juntos.

Y ahora, después de haber subido los impuestos y gravámenes hasta el máximo techo, van a retirar en pocos años los motores diésel. Porque hay que vender híbridos y coches eléctricos. El rebaño que se condujo hacia la cultura del combustible barato se le lleva ahora mansamente hacia el "verde" horizonte de los vehículos "no contaminantes". Es un deber con el mundo y una responsabilidad con el futuro. Y tal. Y la manada echará mano al bolsillo para cambiar de coche. Como tiene que ser.