Fue todo y más en la vida y la obra de Dalí y luego, en sus últimos años y la estela dorada que abrió su muerte, se convirtió en un complemento circunstancial de lugar, modo y tiempo. "Una habitación propia en Púbol", exposición abierta en el Museo de Arte de Catalunya -trescientas piezas, entre pinturas, fotografías y documentos- restituye el protagonismo de Helena Dmitriena Diakonova (Kazán, 1894-Portlligat, 1982) como fuente de inspiración y conflicto del surrealismo y amante del poeta Paul Eluard y después del genio catalán.

Se juntaron las telas emblemáticas de las que fue modelo y que, en su mayoría, quedaron en su legado al Estado español y, a la vez, los trajes de los modistos internacionales y los diseñados por "su fiel esclavo"; las cartas de su vida libre y los secretos de su tocador, los libros que siempre la acompañaron y los apuntes dispersos que no sumaron su biografía; sus experiencias artísticas y sus objetos imposibles, su recorrido y el libérrimo proceso que la configuró como una perfomance única y en movimiento. Y, con el testigo inteligente e implacable de la cámara fotográfica y el discurso estético, se ejemplificaron las etapas de su ascensión hasta convertirse en el poderoso y dominante alter ego del creador de Figureres en la hora de la doble autoría y la firma compartida: Gala Salvador Dalí.

Con larga y compleja génesis, este acontecimiento cultural libra de sombras mediocres y aldeanas a la Barcelona abierta e internacional que admiramos y queremos; y responde éticamente al hito de igualdad del último y feliz 8 de marzo movido por la mujer y seguido por el conjunto de la sociedad con solidaridad y entusiasmo memorables. Para amigos y enemigos, Gala fue un personaje del siglo XX, aupado al anaquel de los singulares por encima de la condición y el sexo; pero antes, una mujer libre como nadie, amada y odiada a la vez, con la valentía del talento y la osadía imprescindible para transitar sin miedos ni trabas entre la inteligencia y la vanidad; despertó amores y alentó amistades sin fin, desató conflictos estéticos aún latentes y en las coordenadas apasionantes y peligrosas de entreguerras mantuvo una arriesgada e insobornable reivindicación de las libertades siempre amenazadas por los reduccionismos.