Los actos suelen tener consecuencias. Es lo primero que se aprende en la vida como un eco de las leyes físicas que establecen que a cada acción le sigue una reacción. Cuando el Gobierno recién llegado de Pedro Sánchez tuvo aquel gesto humanitario con los inmigrantes del "Aquarius", náufragos a la deriva en el Mediterráneo de los que nadie se quería hacer cargo, algunos musitaron por lo bajo el peligro que suponía el "efecto llamada". El mensaje que se estaba trasladando es que España era un país con fronteras débiles, óptimo para entrar en el paraíso de Europa. Algo que, por cierto, es claramente falso. Un gesto humanitario tiene demasiada buena prensa. Así que las críticas a la medida de Sánchez -que le valió los primeros titulares laudatorios a su recién comenzada gestión- se realizaron con extrema cautela.

Los efectos de aquella decisión no se han hecho esperar demasiado. Las fronteras españolas están desbordadas por una nueva oleada de desesperados. La valla de Ceuta fue asaltada por más de medio millar de personas, que agredieron a la Guardia Civil arrojándole cal viva. El ministro del Interior ha tenido que marchar a Mauritania, para atar cabos. Y el Gobierno intenta activar sus canales diplomáticos con Marruecos para pedir mayor compromiso para frenar la oleada.

Europa gasta cada año una lluvia de millones en ayudas a la monarquía alahuita en sus políticas de gran vecindad, en sus acuerdos pesqueros y en los créditos blandos de las entidades financieras comunitarias. Un dinero que sirve para contribuir a la prosperidad marroquí. Los productos agrícolas de Marruecos entran por España como Pedro por su casa y con dinero básicamente europeo se está creando un emporio, en Tánger: una plataforma portuaria llamada a competir con los puertos españoles.

La emigración realmente importante de España es la que entra legalmente por los aeropuertos y luego se queda ilegalmente en el país. La llegada de personas que asaltan las fronteras plantea un problema puntual para retenerlas, atenderlas, procesarlas y devolverlas a sus países de origen. Porque a pesar de esa falsa propaganda, eso es lo que se suele hacer en casi todos los casos: tratarlas humanitariamente y devolverlas inexorablemente.

Pero seguir gastando millones en promover el desarrollo de un país que permite a las mafias jugar fríamente con el grifo de los emigrantes, abriendo y cerrando la espita a voluntad para acogotarnos, es perpetuar el éxito de la política del chantaje social, que a la larga traerá una larga cola de problemas. Es tirar el dinero.

La simple teoría de los vasos comunicantes demuestra que si los países del Mediterráneo oriental endurecen su discurso y su trato a los que huyen de la pobreza, la presión se trasladará de sitio. Y ahora mismo la frontera con la imagen más humanitaria -léase permeable- es la nuestra. Si a eso se le suma la laxitud del ''amigo'' marroquí, el tablero ha quedado claramente definido. Vamos a tener graves problemas.