El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se desplazó recientemente a Benicassim, en la Comunidad Valencia, en el Falcon que está a su disposición en razón de su cargo. Ese medio de transporte le fue aconsejado por la seguridad que le asiste como primera autoridad gubernamental del Estado en función de sus necesidades como presidente. La misma seguridad que asiste a los presidentes decidió hace tiempo que los desplazamientos de personas públicas de esta índole son más seguras por ese medio que si se hacen por tren o por automóvil, habida cuenta del carácter público y abierto de cualquiera de esos otros medios. El viaje lo hizo Pedro Sánchez; su familia, esposa y dos hijas, lo hicieron en tren.

Todas esas circunstancias han sido divulgadas y son conocidas por la población, pues han sido repicadas reiteradamente. Sin embargo, han sido desoídos, al parecer, tales argumentos, y circula la especie contraria: que el viaje fue un dispendio, por ejemplo, que el presidente lo hizo por motivos espurios, y que muy bien podría haber ido en tren o en coche. A pie, incluso, se me ocurre a mí.

Lo cierto es que el viaje a Benicassim podía hacerse o no hacerse, y esa es una cuestión que podría plantearse si el presidente hubiera ido, por ejemplo, para visitar a un amigo o por motivos que no fueran públicos o que fueran vergonzantes. Pero fue a darle relevancia pública, en un país en el que los presidentes no suelen ir ni al Museo del Prado, al acontecimiento más relevante de los que en España se dedican a la música de rock. Aparte de eso, el presidente se encontró con políticos regionales y locales, y en función de esas utilidades del viaje hay fotografías abundantes en las que este viajero de fin de semana aparece con corbata despachando o haciendo relaciones, algo para lo que está también designado presidente.

A pesar de que esto es público y notorio, y ha sido aireado como un asunto de Estado hasta que ha ido bajando el suflé de los tópicos en relación al caso, en tertulias y en cenáculos políticos se sigue alzando el tema como si fuera un disparate ilegal el dispendio. Ni siquiera ha servido señalar las razones de seguridad que asisten a la decisión del presidente del Gobierno de ir en avión a Benicassim, ni ha servido tampoco el argumento de que la seguridad de un viaje así, en tren, cuesta más que un desplazamiento en el medio que finalmente eligió.

Así son las cosas: es más fácil seguir hablando de lo que se nos ocurre que atender a razones o argumentos o datos. Nos pasa a los periodistas y les pasa a los políticos, y en general a todos los que tienen a mano una tertulia o un despacho en los bares. Le pasó, por ejemplo, a Asier Antona, el más alto cargo del Partido Popular en Canarias, que, animado por el bullicio, invitó al presidente Sánchez a usar el Falcon para desplazarse a estas islas para ver aquí el deplorable estado de la región. Podría haberle hecho la misma demanda al presidente Rajoy, al que tenía a mano, o al presidente Aznar, que ahora está otra vez en alza, que mandaron en este país y que tuvieron acceso igualmente al Falcon. Ignoro qué podría haber hecho ya Sánchez por Canarias, pues no lleva en La Moncloa ni dos meses, pero Rajoy estuvo un rato largo y no se recuerdan muchas gestas viajeras ni debe haber sido abundante su contribución a la mejora de Canarias cuando su hombre aquí se queja ahora de que todo está manga por hombro.

De la época de Aznar sí se recuerdan, sobre todo, unos viajes que organizaba el antecesor de Antona, José Manuel Soria, que mandaba fuera de las Islas, en aviones pagados por el Gobierno, a los emigrantes que les molestaban en los bancos del parque de Santa Catalina.

Se me podría decir que Antona usó el tópico en curso sobre el Falcon como una figura de pensamiento, como una metáfora. Bueno, pues para metáfora la más irritante fue aquella organizada con nocturnidad y alevosía por el señor Soria. Y nadie del sector del señor Antona ha dicho nada todavía de aquella vergüenza que tuvo al aire como vehículo.