Es lo que tiene ser gallego. Que eres capaz de ver cómo cogen tu herencia y la despluman delante de ti sin que se te mueva un palo del sombrajo. Porque eso es justamente lo que vimos el pasado fin de semana con la derrota de Soraya Sáenz de Santamaría en las primeras y sangrientas primarias celebradas por el PP en España.

A Pablo Casado le identifican como un regreso del PP a la caverna. Como si con Soraya el partido hubiera abrazado la socialdemocracia. En realidad, como ya hemos visto tantas veces, los partidos suelen hacer lo que creen que quiere su electorado. Aquello que le permite recolectar más apoyos. Las que se han enfrentado no son dos maneras de construir un nuevo Partido Popular, sino dos familias del viejo. Y de igual manera que la reciente moción de censura era para echar a Rajoy más que para nombrar a Pedro Sánchez, la votación del pasado fin de semana fue más contra Soraya Sáenz de Santamaría que a favor de Casado.

La vicepresidenta se había enfrentado a demasiados compañeros de viaje, había acumulado demasiado poder y había tomado demasiadas decisiones con víctimas colaterales. Probablemente hizo todo eso con el consentimiento y el conocimiento de quien la vio caer sin pestañear, sentado entre los compromisarios con cara de circunstancias. Pero los príncipes siempre matan con mano ajena. Rajoy mantuvo su neutralidad -pública- a pesar de que quien caía derrotada era la mujer en la que había confiado la solución de algunas de sus grandes crisis políticas.

Casado es nieto de un médico militante de la UGT encarcelado durante más de veinte años por el franquismo. Es un pedigrí a prueba de bomba frente al recurrente discurso que la izquierda española le suele dedicar a sus oponentes, vinculándoles con la dictadura fenecida hace casi medio siglo. Cojea de los famosos máster "por la cara" que se repartían en Madrid como polvorones en las fiestas y afronta ahora la necesidad de competir en un mercado electoral disputado con Ciudadanos.

Habrá que juzgar al árbol por sus frutos. Es decir, habrá que ver el equipo que construye Casado y el sesgo que vaya imprimiendo a las posiciones del partido. Su primera propuesta ha sido dirigida al bolsillo de las empresas y los ciudadanos. Quiere rebajar el máximo del IRPF en unos diez puntos y dejar el impuesto de sociedades en un 10%. La primera medida para los grandes sueldos y la segunda para las pymes.

Pero haciendo caso a aquel viejo axioma, la primera vez que te engañan la culpa es de quien te miente, pero la segunda vez, si es el mismo, la culpa es tuya.

El PP ya prometió una vez una gran rebaja fiscal si llegaba a gobernar. Y después nos asó a impuestos. Desde entonces, a sus promesas fiscales no les otorgo una gran credibilidad. Vamos; que no me las creo. Como hace todo el mundo con las promesas electorales en general.